viernes, 5 de octubre de 2018

Naufrabundos

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Hagamos que el Estado y todas sus instituciones fijen la mirada en este doloroso fenómeno social y económico.

En su obra Asubha, Matheus Kar acuña el término naufrabundo, quizá para referirse a aquella persona que, despojada de un hogar, vaga durante el día por las calles citadinas; por la noche, dormita en cualquier acera, bajo la actitud indolente de los peatones que lo miran de reojo.
Los naufrabundos son esos seres humanos desclasados que no pueden ser calificados ni siquiera como lumpen porque viven en un mundo cernido de anonimato. Algunos, incluso, los llaman escoria, como si ser marginal fuese sinónimo de ser vil, sin ninguna consideración. Nos llevaríamos una sorpresa si por un momento hablásemos con algunos de ellos. Para muestra, esta anécdota:
Eran como las diez de la noche. A pesar de estar en temporada de invierno, no había llovido. Sobre la quinta avenida y octava calle de la zona uno dormitaban varios hombres y mujeres de diferentes edades. Paré mi carro cerca de la esquina; al rato se me acercó un hombre de unos sesenta años. Me pidió dinero, y, antes de darle una módica ayuda, le hice algunas preguntas sobre su vida. Por qué dormía allí. Si tenía familia. Si había estudiado. Cosas por el estilo.
Aquel hombre, cuya barba daba cuenta de un descuido personal de varios meses, me dijo que tenía esposa y tres hijos. Se había graduado de abogado en la Universidad de San Carlos hacía muchos años. Las drogas y el alcohol habían destruido su vida, al punto de que su propia familia lo había expulsado del seno del hogar. Le pregunté si había buscado ayuda en alguna institución. He probado de todo, me dijo, y aquí estoy, con esta gente que me entiende porque padece de lo mismo que yo.
Vivir en la calle, y de la calle, me dijo, es duro, pero es lo único que tenemos. Pedimos limosna para vivir. Algunos roban, yo no robo porque me darían alcance y me golpearían, me confesó, resignadamente.
Con mis escasos conocimientos sobre derecho, le hice algunas preguntas para comprobar si de verdad había estudiado leyes. Todas me las respondió sin ninguna nube de duda.
Como este hombre hay cientos recorriendo las calles de las ciudades. Algunos, los más jóvenes, tienen una historia dolorosa. Generalmente fueron expulsados de sus hogares por motivos económicos, problemas familiares, o simplemente por ser hijos de padres alcohólicos o drogadictos. Un círculo vicioso que el Estado, indolente como es, no se afana en romper.
Matheus Kar lleva a su poesía esta descarnada realidad que viven muchos guatemaltecos: Yo escondí la ciudad en un parque donde los niños fuman ahora,/donde los naufrabundos hacen su cama,/donde el mañana es rehén de la memoria.
Ya lo dijo el poeta. Ahora nos corresponde actuar a todos, fijemos la mirada en este doloroso fenómeno social y económico.
Gritemos a viva voz que a este feroz neoliberalismo poco le importa la persona humana con tal de acumular riqueza sobre riqueza, pisando la dignidad de todo aquel que se interponga en su camino. Reencaucemos el rumbo y construyamos futuro.

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