viernes, 18 de febrero de 2011

335 ANIVERSARIO DE FUNDACIÓN DE LA UNIVERSIDAD DE SAN CARLOS DE GUATEMALA




Nuestra gloriosa Universidad de San Carlos de Guatemala nace en la cintura de la Edad Moderna, un 31 de enero de 1676, por real cédula del Rey Carlos II de España. Para entonces, quien daría vida a una de las instituciones de mayor trascendencia en la vida académica, política y social de Guatemala, contaba tan sólo con catorce años de edad.

La historia registra la azarosa vida del Rey Carlos II, quien heredaría el Trono cuanto contaba con tan sólo cuatro años de edad. Sin embargo, en los anales de la historia quedó grabado aquel memorable día que su Alteza diera vida a la tercera universidad en América Latina, la que a partir de entonces, iniciaría una fructífera vida académica y trascendería a todas las latitudes con ilustres y tesoneros talentos guatemaltecos.

A decir verdad, el obispo Francisco Marroquín ya la había gestionado desde 1548 y cuyas acciones duraron varios años, exponiendo el beneficio que obtendría el Reino de Guatemala, si se le concedía una universidad como la de San Marcos en Lima, o la de México, ambas fundadas en 1551.

En el estudio sobre el origen de nuestra gloriosa Alma Mater se puede constatar que el capitán Pedro Crespo Suárez, correo mayor del Reino había dejado un legado de 20,000 pesos de oro para la fundación de la universidad. Sin embargo, dichos esfuerzos tampoco fueron atendidos por la Corona Española.

Siglo y medio después, el obispo Fray Payo Enríquez de Rivera reiniciaría las gestiones para la fundación de nuestra universidad. Corría el año 1660. 16 años después dichas gestiones obtienen por fin, sus frutos anhelados. La Real Universidad de San Carlos había sido creada. Según dicha cédula real, tenía una jurisdicción local. Fue el romano Pontífice Inocencio XI quien la elevará, diez años después, a la categoría de Pontificia, con facultad de enseñar en cualquier parte del mundo.

335 años han pasado desde aquella memorable fecha. Durante este transcurrir la Universidad de San Carlos ha pasado por diferentes momentos históricos, tanto a nivel mundial como nacional. Sus aulas han sido el recinto de discusión y análisis de los diferentes problemas que han afectado al mundo; también han sido la caja de resonancia de las ideas generadas en el mundo, tanto en el plano intelectual como político y social, y en innumerables ocasiones han sido el centro del debate nacional, abordando diferentes temáticas.

El pasado de nuestra querida casa de estudios ha sido un continuum de hechos relevantes de donde es necesario obtener lecciones aprendidas. Quien no aprende del pasado está condenado a repetir los mismos errores, a sufrir los mismos problemas y a caminar en círculos perniciosos, sin salidas victoriosas. Es imperioso estudiar el pasado para no quedarnos en el pasado. Pero al mismo tiempo es necesario fijar nuestra mirada en el horizonte del futuro, pues es el devenir que debemos construir con nuestra experiencia, nuestro conocimiento y nuestra vocación de universitarios.

Estos 335 años nos deben servir para reflexionar sobre lo que hemos hecho, pero fijar nuestra atención en lo que nos falta por hacer, en los caminos no recorridos, en las exigencias que nos impone nuestra realidad actual, de cara a participar en la solución de los diversos e ingentes problemas nacionales, que por mandato constitucional le corresponde a la USAC.

De tal modo que dejaremos de lado la historia para reflexionar sobre lo que debe ser nuestra Alma Mater, de cara al futuro y forjar nuestro pensamiento con las mejores ideas que surjan desde los colectivos sociales que la integramos: profesores, estudiantes, trabajadores y egresados. La sociedad guatemalteca agradecería profundamente que tomáramos acuerdos sobre vías de solución conjunta a los diferentes problemas que nos aquejan, tanto al interior de la institución como en el orden de la vida nacional.

En este orden de ideas, los retos de la Universidad de San Carlos son muchos.
En lo financiero, se tiene que mantener una actitud vigilante y proactiva para que se respete el aporte constitucional que por ley nos corresponde. Actualmente, a la Universidad se le adeuda varios millones de quetzales, provenientes de la asignación de años anteriores, sin que hasta el momento se hayan ingresado a las arcas universitarias.

En el orden administrativo, se debe hacer más eficiente y eficaz la intervención humana, generando procedimientos que tiendan a resolver, sin retardo ni contratiempos, los diferentes procesos que se tramitan en la institución. Cabe recordar que una buena administración es aquella que está al servicio del ser humano y no contra éste. En este sentido, todos los trabajadores tienen que empeñar lo mejor de su esfuerzo, capacidad y dedicación para facilitar procesos y procedimientos, acordados en ley, con el propósito de dinamizar la vida académica y productiva de la Universidad de San Carlos. En esta dinámica de trabajo deben insertarse todos: desde las más altas esferas de la administración hasta los niveles operativos y de servicio. Una administración positiva es aquella ejecutada en forma eficiente, eficaz y amablemente servida.

En estos nuevos retos que debemos asumir como universidad, la formación del talento humano es el punto medular de nuestra existencia. Hemos superado los primeros diez años de un siglo que plantea para la Humanidad impensables retos y problemas que resolver. Como universitarios, no somos ajenos al deterioro ambiental, al crecimiento descontrolado de la población humana y a la disminución de los recursos naturales para su sostenimiento. Tampoco somos ajenos a los cambios geopolíticos que se marcan en el plano internacional, a las luchas intestinas entre poderes y contrapoderes (legítimos e ilegítimos), al fortalecimiento de grupos que actúan al margen de la ley. Como institución de educación superior no debemos ignorar los nuevos acontecimientos científicos y tecnológicos, los movimientos políticos, los cambios en las corrientes de pensamiento, las nuevas direcciones en lo estético, la demanda de patrones éticos en las grandes decisiones nacionales y mundiales.

Todos estos factores demandan nuevas miradas hacia las metodologías y estrategias que estamos aplicando para la formación del talento humano. De sus aulas debe egresar aquella fuerza profesional, con capacidad, conocimiento y competencia para insertarse en la problemática nacional e internacional, y desde allí, impulsar las acciones necesarias para resolverla.

Debemos reconocer que en esta ruta se han dado pasos significativos. Sin embargo, es necesario acelerar el paso en algunos aspectos. Es urgente repensar algunos procesos y estilos de formación académica con los que se está formando a los profesionales de mañana.

Esta discusión de fondo debe ocupar la mente de los universitarios de hoy, incorporando aquellas medidas necesarias en el proceso de formación del estudiantado. El proceso de reforma universitaria es un espacio apropiado para llevar a cabo estos procesos de discusión y análisis pero también debe llevarse la discusión al seno mismo de las aulas, donde se encuentra lo mejor de la masa gris universitaria: los jóvenes y sus profesores. La Universidad de San Carlos será en el futuro cercano, el resultado de nuestras acciones y de las decisiones que tomemos en el presente; y aquí nos incluimos los egresados de sus aulas.

Mucho se ha dicho que nuestra Universidad de San Carlos es grande entre las grandes del mundo. Y es verdad. Pero esta grandeza es un reto que debemos asumir con responsabilidad, armonía y decisión, para hacerla crecer y trascender, en el plano nacional y en el concierto de universidades del orbe. Y no podemos competir si no es con calidad y pertinencia. Esto nos obliga a repensar el modelo educativo con que se está desarrollando la masa crítica universitaria. En este sentido es preciso desarraigarnos de los atavismos que nos impiden ver más allá de lo nuestro; y buscar en los cuatro puntos cardinales del mundo las experiencias, las lecciones aprendidas de otros colectivos académicos para tomar ejemplo, para imitar sus fortalezas y enmendar nuestras debilidades.

No hay nada más pernicioso en la vida de un académico que el prejuicio y la aversión a lo desconocido. Esta reflexión nos impone el reto de abrir nuestra mente a nuevas posibilidades de hacer ciencia, de construir academia, de formar profesionales. No podemos, ni debemos, quedarnos en el pasado. Nuestro mandato, como institución de educación pública superior es caminar sobre hombros de gigantes y avanzar, con la preocupación puesta en lo que nos falta por recorrer, más que por el camino recorrido.

Tenemos la tarea de repensar la educación superior en función de las competencias profesionales que demanda la sociedad de nuestro tiempo y de los problemas que tendrán que resolver en el futuro quienes egresen de sus aulas. Y cada vez estas competencias están más centradas en ámbitos científicos, tecnológicos, sociales y ambientales que eran soslayados por las generaciones pasadas, pero que no deben ser ignorados por las generaciones actuales, pues de su conocimiento y dominio dependerá encararlos técnica y científicamente por nuestros profesionales graduados.

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