viernes, 16 de marzo de 2018

La procesión de la poderosa vulva



Vivimos en una era donde se practica la doble moral, por no decir, morales múltiples.

Esta semana las redes sociales cimbraron con las pancartas donde se exhibía el “Conjunto de las partes que rodean la abertura externa de la vagina” (Diccionario de la Real Academia Española). Eran varias pinturas que presentaban imágenes explícitas de las partes mimadas del cuerpo femenino. 

Aclaro que, según mi apreciación, el movimiento feminista y las mujeres en general, no tienen necesidad de recurrir a estas estrategias para hacer valer sus derechos y deberes ciudadanos. Es verdad también, que, en Guatemala, las mujeres han permanecido invisibilizadas, y si bien es cierto, se reconoce la igualdad de género, en la práctica sigue siendo un secreto a voces las frases con las que se inician las diferentes ofensas a su calidad femenina: tenías que ser mujer…
El acto en sí no puede ser calificado ni de vulgar, ni de incorrecto, a la luz de los cánones ajenos a la moral impuesta desde hace muchos años. Aunque, bajo la lupa de los valores cristianos que han gobernado la conducta humana desde hace dos milenios, y especialmente la religión católica, esta manifestación constituyó una afrenta a la religión que durante muchas centurias se ha arrogado el derecho de ser la única receta para ser virtuoso.
A decir verdad, aparte de lo exagerado de las imágenes que adquieren relieves de hipérbole, mostrar una parte oculta del cuerpo nada tiene de raro. La publicidad está plagada de imágenes mucho más “calientes” que los simples dibujos que, por cierto, no incitan en lo más mínimo, al morbo. 

En algunos países menos conservadores, las manifestaciones de hombres y mujeres se hacen en pelota, y allí la gente se aglomera como hormigas, a echar un taco de ojo, por pura curiosidad o malicia concupiscente. Otras expresiones de protesta, como el movimiento lésbico, el gay, los trans, los supertrans, o como se hagan llamar, y alguno que otro metrosexual, de esos que se pulen y pintan las uñas, se esmeran en su arreglo personal, se someten a costosas cirugías plásticas, no despiertan tanto enfado porque ellos sí se tapan “sus partes”.
Vivimos en una era en la cual se practica la doble moral, por no decir, morales múltiples. He sabido de “terapias de grupo” en las que el Kamasutra palidece frente al desenfreno y capacidad imaginativa de sus miembros. Por supuesto, los domingos van a misa, y se confiesan y sacan su lengua aguardentosa para recibir la sagrada hostia.
Repito, esas pancartas me parecieron burdas, pero no por motivos religiosos. Simplemente porque considero que mostraban detalles que toda mujer sabe que tiene y todo hombre en edad adulta los conoce hasta la saciedad. Un plantón frente al Congreso u otra institución con decisión política hubiera sido más efectivo para reivindicar su situación de inequidad frente al sistema. Lo exagerado del tamaño de tales signos me hizo recordar, sin quererlo, aquellos anuncios sobre hamburguesas que llenan la pantalla del televisor, pero cuando uno acude a un restaurante se desilusiona ante el tamaño real, que cabe en la palma de la mano.

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