viernes, 31 de octubre de 2014

El Topo ha muerto

Publicado en el Diario de Centro América el 31 de octubre de 2014

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Eran tiempos difíciles, en los cuales era fácil radicalizarse.


Conocí a Elías Barahona allá por los años 70 en la antigua Escuela Centroamericana de Periodismo (ECAP), hoy Escuela de Ciencias de la Comunicación, Universidad de San Carlos (Usac). Eran tiempos difíciles, en los cuales era fácil radicalizarse. Yo iniciaba mis estudios de periodismo; él era director interino de la Escuela.


En el fragor del proceso de transformación que sufrió la antigua ECAP, Elías conformó un grupo de estudiantes y profesores para participar en política universitaria. Mis compañeros de promoción y yo formamos parte de ese grupo. En ese entonces había un equipo conformado por docentes y estudiantes que propugnaban por la lucha armada como vía para transformar revolucionariamente al país. “Don Lía”, como le llamé desde que comencé a tratarlo como amigo, nos hablaba pausada y reflexivamente sobre la razón del movimiento estudiantil universitario. Nos inspiraba confianza aquel joven periodista y profesor universitario.


Durante aquellos años violentos y estando en el poder el general Romeo Lucas García, “Don Lía” se desempeñaba como relacionista público del ministro de Gobernación, Donaldo Álvarez. Nos conmocionó su intempestiva conferencia en la que denunció las atrocidades del régimen y su exilio que duraría largos años. Alguna vez me lo encontré en Nicaragua, en donde le di un sincero abrazo de amigo. “Hace ratos que te había visto”, me dijo. ¿Y por qué no me hablaste?, le respondí. Y con esa paz interior que siempre le caracterizaba me respondió: “No quería comprometerte, por aquí hay muchos orejas del régimen”.


Pasados muchos años de exilio, Elías Barahona, el Topo, regresó a Guatemala. Me lo encontré por casualidad en la rectoría de la Usac. Durante ese tiempo yo dirigía la Escuela de Ciencias de la Comunicación y lo invité a regresar a ella como profesor. Desde esos años, “Don Lía” fue docente en esa casa de estudios hasta su reciente retiro de la institución.  Lo vi siempre acompañado de su pequeña hija, quien siempre lo acompañaba porque no tenía con quién dejarla en casa. Esa actitud suya no me causaba molestia sino todo lo contrario, me sirvió para dimensionar su alta calidad paterna.


Por ironía de la vida, fui profesor de “Don Lía” en la licenciatura en Periodismo y en la maestría en Comunicación para el Desarrollo. Brillante estudiante, comprometido con la academia y fundamentalmente con la ciencia.


La última vez que lo vi fue en la 6a. avenida de la zona 1, andaba con dificultad, apoyado en su bastón. Conversamos un rato, durante el cual me dijo que le gustaría que fuese su asesor de tesis de doctorado. Tenía pensum cerrado en dos doctorados, uno con la Usac y otro con una universidad española. Le manifesté mi alegría por esos éxitos académicos. 


No fui a la velación ni a su entierro. Quise ir, pero no fui. Supongo que no quería asistir a un funeral donde él sería apenas un puñado de cenizas y quise quedarme con nuestra última conversación donde ofrecí asesorar su tesis. La oferta sigue en pie, aunque tengamos que esperar a que yo también traspase las fronteras de la vida.

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