Publicado en el Diario de Centro América el 30 de diciembre
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El primero de enero se
despierta de este raro efecto de hipnosis colectiva que conlleva el consumo
extremo y la satisfacción de necesidades superfluas.
El año se fue como el agua entre los dedos. Tengo la
sensación que más temprano que tarde, las hojas del calendario se fueron deshojando
como se caen los pétalos de una flor cuando ha cumplido su ciclo vital. Mañana
será el último día de 2016 que pone fin a un torbellino de sucesos, unos buenos,
otros no tanto, pero que forman parte ya de una historia que se está construyendo
y que tarde o temprano conformará la memoria colectiva del guatemalteco.
Es increíble cómo la tradición cristiana ha moldeado el
espíritu del ser humano durante dos mil años, al punto que durante estas
fiestas lo vuelve más sensible (o sensiblero, deberíamos decir), más
comunicativo, más dadivoso y quizá más espiritual. No sé si con otras
religiones suceda lo mismo; lo cierto es que los 2,200 millones de seres
humanos que actualmente profesan las religiones cristianas, algo así como el 31
por ciento de la población mundial se envuelven en una atmósfera de tradiciones
de la época.
Este “recogimiento espiritual” por supuesto no tiene nada de
malo, sino todo lo contrario, quizá contribuya a producir más solidaridad
humana. Lo que no entiendo es cómo esta misma actitud no se asume durante todo el
año. ¿No estaría mejor la humanidad si
así fuese? Por ejemplo, no creo que el sentido de dar a los
demás sea un comportamiento solo de las fiestas navideñas; a mi criterio debe
ser una acción que se lleve a cabo de manera permanente, “hasta que duela”,
como bien lo decía la Madre Teresa.
La publicidad es la enorme maquinaria que exacerba esta
“caridad cristiana” en la época navideña. Solo como un ejemplo, vea usted al
viejo barrigón de Santa Claus ofreciendo el oro y el moro en los supermercados,
centros comerciales, restaurantes, anuncios de grandes marcas a través de los
medios masivos, vallas publicitarias y todo el engranaje que conforma la
industria publicitaria, cuya ofensiva comienza desde septiembre, con el
propósito de predisponer los sentimientos humanos para facilitar el consumo de
diversos artículos. Toda una estrategia para hacer llegar a sus bolsillos los
escuálidos recursos que entran a los presupuestos familiares vía aguinaldo,
sueldo extra y los salarios de noviembre y diciembre.
La industria de los restaurantes, la ropa, el calzado, el
entretenimiento, entre otros rubros, son quienes se llevan la mejor tajada.
Durante estas fechas, los portadores de tarjetas de crédito quedan endeudados
por los próximos 48 meses; y no estoy exagerando. El guatemalteco tiene la
tendencia a alargar la deuda, lo que es una forma de alargar también el
suplicio. Todo sea por un momento de debilidad o furor colectivo de “regalar”
algo en estas fechas.
El primero de enero se despierta de este raro efecto de
hipnosis colectiva que conlleva el consumo extremo y la satisfacción de
necesidades superfluas. Y no se diga de aquellos que malgastan su dinero en
pólvora, guaro y otra sarta de somníferos. La cuesta de enero se encargará de recordarles
los pagos de colegio, alimentos, casa, agua, luz y demás gastos para continuar
viviendo.