"Tengo un profesor brillante en la clase de filosofía", me dijo una vez un amigo, en la Universidad. ¿Y por qué es brillante?, le pregunté. "Porque ese `cuate' habla durante varias horas acerca de todos los filósofos y corrientes filosóficas que no te imaginás", me contestó. ¿Y ya les hizo reflexionar acerca de cuál es su papel estudiantil en nuestra Universidad?, le pregunté. "Eso no está en el programa", me respondió.
En efecto, el papel del educador en nuestro modelo no está destinado a enseñar a pensar (y menos aún, a actuar) a los estudiantes, sino a coleccionar datos, números, fechas, anécdotas, acontecimientos, máximas, fórmulas de extraña comprobación, pero sin ninguna vinculación con su entorno vital. Duele decirlo, pero cuántas veces hemos asistido a clases cuyos maestros, representan el papel de comediantes o teóricos de biblioteca.
Y cuando nos falla la palabra, entonces recurrimos al generalizado hábito de las lecturas dirigidas, que no consisten sino en repetir en forma mecánica y sin análisis los contenidos escritos en los textos, sin preocuparnos siquiera sobre la veracidad de lo afirmado o del valor de uso que puedan tener los mensajes. Y así finaliza el curso, sin pena ni gloria, con un cero o con un cien, dependiendo del grado de habilidad del estudiante, ya sea para mentir o para repetir de memoria "al pie de la letra", lo "aprendido" en el mismo.
¡Y las famosas investigaciones, ni qué decirlo! Son verdaderos focos de estimulación a la piratería, al forjamiento magistral de la trampa, a la copia irreflexiva del compañero de clase, a la transcripción textual de capítulos enteros de los libros sin citar fuentes ni importar su calidad y su veracidad científica. Es corriente observar las "cacerías" en pos de libros que contienen los temas asignados por el profesor, quien al final colocará una nota de calificación tomando como unidad de medida el volumen de trabajo, su presentación y a lo sumo, mediante la lectura de la introducción. A mayor cantidad de palabras, mayor será la calificación. Claro está que existen profesores que escapan afortunadamente de esta clasificación.
De esta suerte, el estudiante mejor calificado numéricamente hablando, es aquel que ha aprendido las reglas del juego de esta maraña que llamamos "educación". El fracaso aflora cuando los graduados tienen que enfrentarse a la vida, a un trabajo verdadero, a una situación donde más que el teoricismo practicado en clase, deben estar intelectual y profesionalmente preparados para enfrentar esa lucha. Es aquí donde se derriba el mito de los "grandes docentes", por el engaño, la inoperancia y muchas veces, lo ficticio de sus contenidos.
¿Parece ciencia-ficción, no? Lo más doloroso es que todo esto sucede en pleno siglo veintiuno donde se supone que la educación está orientada a conseguir competencias profesionales y formar seres humanos íntegros. Pareciera ser que en nuestro sistema educativo se trata de crear burbujas gigantescas para colocar en ellas a los que asisten a la escuela, de manera que éstos nunca puedan tener contacto con la vida. Aun en los cursos donde se exige un contacto directo con la realidad, los profesores se concretan a teorizar (a veces en forma pésima) sobre esta realidad.
¿Y dónde deja usted a los alumnos?, me dijo un colega, una tarde cuando discutíamos acerca de estos problemas educativos. Y agregó: "Si uno no les dicta, se enojan, si uno les deja investigaciones o lecturas dirigidas, se enojan; si uno los lleva fuera de las aulas, se enojan. Total, lo mejor es dictarles y no hacerse problemas la vida".
¿Será que los estudiantes aplican una lógica basada en la improductividad misma de los contenidos que se les imparte? ¿Será que ellos advierten los métodos absurdos de este juego que todos "jugamos", pero que en el fondo nos disgusta? Si ese no fuera el caso, y en el supuesto que el maestro tenga algo realmente novedoso qué enseñar, o que los contenidos de su curso, tengan valor de uso frente a las necesidades de los estudiantes, entonces es el maestro el que está llamado a desempeñar el rol de líder que le corresponde, en cuanto a orientar a los estudiantes en la búsqueda de aquellos conocimientos que contribuyan a su efectiva formación, en coherencia con sus necesidades vitales y sociales.
Caso contrario, ¿Dónde ha quedado el carácter creativo de la concepción martiana de la educación? ¿Dónde se encuentra el aprendizaje significativo que proponía Vigotsky? ¿Dónde ha quedado la concepción de Dewey y Freinet de la educación por el trabajo, y tantos otros pensadores que han puesto de manifiesto la inoperancia del sistema educativo tradicionalista?