Publicado en Diario de Centro América, el 26 de diciembre de 2013
El mañana es de Dios, nos dicen.
¿Cree usted que los guatemaltecos contemporáneos de Arévalo y Árbenz aprobaron las medidas económicas y sociales que estos gobernantes tomaron en su momento? Si tiene duda, busque en los diarios de esa época y se dará cuenta de las reacciones hepáticas de muchos. Pareciera que la relación capital-gobierno ha sido siempre antagónica. Sin embargo, transcurridos 50 años, estas medidas nos parecen hoy acertadas. La Historia se ha encargado de “limpiar” la imagen de dichos gobernantes.
Y es que no es lo mismo ver un fenómeno que se posa frente a nuestros ojos, que ponerlo en perspectiva, en cuyo caso, se ve la integralidad de sus aspectos. Algo similar sucede con las acciones políticas y económicas que toma un gobierno. De momento no se percibe la magnitud de su impacto; se requieren años, y quizá décadas, para dimensionar sus atributos.
Por esa razón es que cada gobernante vive su propio infierno, pero al final de cuentas, cada uno pasa del limbo al paraíso de la conciencia colectiva. Al final de cuentas, siempre pesa un hecho positivo por el que la ciudadanía “perdona” a un gobernante. Aquí algunos casos: Justo Rufino Barrios, por la Reforma Liberal y sus aspectos positivos. Jorge Ubico, por la probidad en el manejo de las arcas nacionales. Arévalo y Árbenz, por su política de desarrollo social. Cerezo, por sus acuerdos previos de reconciliación nacional. Arzú, por su firma de la paz. Serrano, por su bono 14. Portillo, por su distribución de fertilizantes, etc.
Lo curioso es que no estamos entrenados para vivir la esperanza sino para esperanzar el pasado, creyendo que todo lo pasado fue mejor. Esta actitud no nos permite pensar que podemos superar los problemas y poner al país en la perspectiva de un desarrollo sostenido que permita superar los problemas estructurales que padecemos.
Desde que Dios amanece, hasta que Dios anochece, nuestro pensamiento se centra en qué vamos a hacer hoy, y poco pensamos en qué vamos a hacer mañana, tejiendo con ello un conformismo que impide ver hacia el cielo y ver más allá de nuestra nariz. Alguien me dijo una vez que los ricos ya están contados y se acomodaba resignadamente entre la línea de la pobreza y la desgracia.
Imagine usted, cómo estarían algunos países como Japón, Corea del Norte, Taiwán, si hubiesen pensado solamente en el día a día, sin trazarse un destino de largo plazo. Seguramente se rasgarían las vestiduras, como lo hacemos nosotros, siempre echándole la culpa a nuestros gobernantes pero sin asumir la parte de responsabilidad que nos corresponde. Esta manera quejumbrosa de ser no nos permite mirar hacia el futuro, construir
esperanza.
¿Alguna vez nos hemos puesto a pensar cómo será Guatemala dentro de 20 años, por lo menos? Quizá la cotidianidad nos absorbe y nos conformamos con ir a la cama con la certeza de un día terminado. El mañana es de Dios, nos dicen.