Por supuesto
que no debe tomarse a la política como algo inadecuado y poco recomendable.
En política, no hay nada escrito. La política es una página en blanco, cuya escritura a veces está calzada a sangre y fuego. Y si bien es cierto, se le define como el arte de gobernar, es más bien, el arte de lo imposible. En Guatemala esto es particularmente cierto, sobre todo en los últimos años, en los que “Se ha visto a muertos acarrear basura”, como bien dice el refrán popular.
De todas las actividades humanas, la política es quizá el telón que cada día anuncia una nueva obra, un nuevo espectáculo, un nuevo juego de roles e intereses; al punto que se le compara con arenas movedizas que, si no se sabe caminar sobre ellas, al menor movimiento nos hunde hasta el cuello, e incluso, nos elimina el aliento. Después de un buen remezón de estas arenas, el olvido se cierne como una enorme lápida.
En el escenario que se ha pintado en nuestro país a partir de los acontecimientos políticos que movieron el espectro nacional, ya nada ha sido igual. La vieja política, por cierto, se ha visto penetrada por nuevos modelos de ejercer el poder público, con actores que hasta hace pocos años no eran visibles, o carecían de peso en los diversos espacios de participación. Los viejos políticos, otrora caciques en sus respectivos departamentos, timoneles de estructuras partidarias que movían masas, han ido visitando, uno a uno, el banquillo de los acusados, en una suerte de danza macabra que pone fin a privilegios y desnuda los finos tinglados de influencias personales en el ejercicio de la cosa pública.
No viene al caso citar nombres y apellidos; conviene más bien, centrar nuestra atención en los procesos de persecución, captura, juzgamiento y penalización de aquellos delitos que por muchos años eran un secreto a voces, pero nadie se atrevía a desnudar, por temor a represalias.
La institucionalización de la justicia como bandera de fortalecimiento democrático, sin duda ha dado buenos resultados. Y si bien es cierto, podrían darse algunos casos en los cuales se haya dado algún exceso en el proceso de perseguir, juzgar y castigar a los supuestos infractores de la ley, es indudable que el balance es positivo y hoy se cuenta con mejores herramientas de aplicación de la justicia, aunque no sea ni tan pronta, ni tan cumplida.
Por supuesto que no debe tomarse a la política como algo inadecuado y poco recomendable. Es, en esencia, un espacio de participación ciudadana que, bien administrado y correctamente ejercido, llena de méritos a los políticos y contribuye a formar una sociedad con mayores niveles de intervención en la cosa pública. No se trata de abstenerse de hacer política, por miedo a ser señalado de actos anómalos. Se pretende que, quien la ejerza, anteponga sus intereses personales y económicos a la razón primaria de esta: el bienestar ciudadano.
Si usted es un político justo y honesto seguramente no caerá en arenas movedizas y atravesará el pantano con la blancura de una flor de fango.