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Tenemos el derecho de
exigir que no se contamine la mente de nuestros hijos con mensajes que atentan
contra su estabilidad emocional.
La contaminación ambiental se produce por diversas causas.
Existe contaminación por basura, por quema de combustibles fósiles, por
saturación vehicular. En la ciudad
capital los niveles de contaminación auditiva son muy altos, a tal grado que
muchas personas comienzan a padecer de sordera. También existe contaminación
visual producida por la excesiva publicidad en la vía pública. Tenemos
problemas en el manejo de estos agentes contaminantes, no obstante los
esfuerzos que las autoridades realizan por disminuir su efecto.
Pero hay un agente contaminante al cual no se le ha puesto
atención: la excesiva publicación de notas con ponzoña y enfoque morboso. Esta
contaminación es letal para el equilibrio emocional de la ciudadanía,
especialmente los niños y jóvenes, expuestos a las redes sociales y a medios de
comunicación digital. Son un asesino silencioso de la mente.
Existen medios de comunicación que han rebasado los cánones
éticos y profesionales en la difusión de notas informativas con una alta carga destructiva;
no se tientan el alma para hacer pedazos el prestigio de los demás por el solo
delito de haberse convertido en personajes públicos. Aducen que una persona
pública no tiene vida privada. Nada más alejado de la verdad. No es un acto
mecánico que el hecho de convertirse en personaje público lo convierta en
delincuente.
El problema principal radica en que se está saturando a la
niñez y la juventud con toneladas de mensajes de contenido negativo, violento, manipulante
y lleno de lenguaje soez, que, de tanto repetirlo, va moldeando la psique de esta
población vulnerable. Tampoco escapan los adultos, especialmente quienes no
poseen buenos niveles de desarrollo educativo, lo que los hace víctimas de
estas estrategias discursivas.
No quiero indicar con esto, que se encubran actos ilícitos
cometidos por algunas personas, tanto quienes ejercen función pública como
aquellos que se desempeñan en actividades privadas. Pero existe un andamiaje
jurídico diseñado para cumplir con
perseguir, juzgar y castigar los delitos cometidos. Muchos medios han asumido el
rol de juzgadores, sin tener las competencias legales para ello y cuyos líderes
de opinión son productores de altos niveles de información contaminante.
Tenemos un ordenamiento jurídico que establece faltas y
delitos contra la información manipulada, pero son letra muerta, en virtud que
se le tiene un temor a estas voces que no construyen, sino destruyen los
valores de nuestra sociedad, bajo el pretexto de la libertad de expresión.
Como sociedad, tenemos el derecho de exigir que no se
contamine la mente de nuestros hijos con mensajes que atentan contra su
estabilidad emocional. ¿No sería sano ingresar a las redes sociales y leer
mensajes positivos sobre cómo superar nuestros problemas de diversa índole? De
ser antros de la infamia, la manipulación y el descrédito sin razón, los medios
deben ser santuarios de la verdad y la construcción de una sociedad responsable
y feliz.