Publicado en el Diario de Centro América, el 22 de mayo de 2015
A salvo de las críticas
que reciba por su trayectoria política, yo solo puedo decir que un hombre que
salva a un hombre, salva al mundo.
Junta directiva estudiantil INVO 1973,
Con Alejandro Maldonado Aguirre nos conocimos en la cresta de
un movimiento estudiantil que exigía el cambio de director del Instituto Normal
para Varones de Oriente –INVO-. Era 1973. Maldonado era por entonces el
ministro de Educación y yo, un muchacho imberbe que había estudiado con beca
del Estado durante los años de secundaria, cuyo único mérito era quizá ser el
presidente de la Asociación de Estudiantes del establecimiento. En plena
huelga, el general Arana, entonces mandatario de la República, nos citó a su
despacho a representantes del movimiento, y tras una regañina nos comunicó con
el ministro, quien nos recibió muy cordial.
De entrada, con un gesto de verdadero maestro, como solo
solía hacerlo el doctor Juan José Arévalo frente a la juventud, Maldonado
Aguirre escuchó muy atento nuestros argumentos y al final nos dijo: me parece
que ustedes tienen razón. Y en los siguientes días, llegó a Chiquimula y tras
reunirse con otros líderes del movimiento y con el sector docente, efectuó el
cambio de director. No está demás decir
que celebramos el centenario de nuestro querido instituto con las mejores
pompas del momento, aquel memorable 14 de julio.
Tiempo después, corría el mes de noviembre, se realizó la
conmemoración de la fecha exacta de fundación del INVO. Para entonces, ya nos
habíamos graduado de maestro mis compañeros y yo. Se invitó al ministro de
Educación, quien asistió gustoso. En su intervención degustamos un verdadero
platillo cicerónico, con aquella elocuencia, digna de los más grandes oradores.
Acto después, al calor
del ágape, pasó lo inesperado. Maldonado Aguirre se me acercó y me dijo:
Interiano, ¿usted va a continuar sus estudios en la universidad? ¿Tiene
recursos económicos para hacerlo? Le respondí que deseaba continuar estudiado
pero no tenía suficiente dinero ni trabajo. En un gesto espontáneo, el ministro
sacó del bolsillo una tarjetita y me dijo: Cuando llegue a la Capital, visíteme
en mi despacho. Con esta tarjeta le darán audiencia inmediatamente.
Así fue. El ministro de Educación me ubicó en una plaza de
maestro, en una escuela que estaba a diez minutos de la Universidad de San
Carlos. Lo demás es historia. Me gradué de licenciado en Ciencias de la
Comunicación, gracias a la tabla de salvación que un funcionario público,
imbuido de un genuino interés de ayudar a la juventud, me lanzó en el momento
más oportuno. Nunca volví a saludar en persona a Maldonado Aguirre, aunque he
seguido con interés su fructífera carrera de hombre público.
Ahora que el Congreso lo ha nombrado como vicepresidente de
la República, y pese a algunos comentarios negativos en su contra, no puedo
menos que mostrarle mi solidaridad. Aquella vez me dio una muestra de su
sentido de responsabilidad social y humanismo, y aun a salvo de las críticas
que reciba por su trayectoria política, yo solo puedo decir que un hombre que
salva a un hombre, salva al mundo.