Publicado en el Diario de Centro América el 2 de diciembre
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El orador más brillante
del siglo veinte, el estratega más sobresaliente que movió, por mucho, el eje
geopolítico mundial.
En 1990, cuando estudiaba en Miami, la maestría en
Periodismo, fui muchas veces a La Pequeña Habana, un barrio localizado en el
centro de la ciudad, poblado en su mayoría, por cubanos, muchos de los cuales
habían huido de su país y asilados en los Estados Unidos.
El paisaje de La Pequeña Habana es pintoresco, con diseño y
ornamento que recuerda la isla caribeña, quizá una reminiscencia de su patria,
aquella que, sin importar la ideología, ocupa siempre un lugar especial en el
corazón de los cubanos. Estar en ese sector de Miami es de alguna manera, como
estar en Cuba, las conversaciones con tono altisonante y ese dejo
característico que los identifica envuelve la atmósfera, acentuada por un
pequeño café o un exquisito plato típico de la Isla.
Aprendí de memoria el tema recurrente de conversación en
aquellos años: Castro caerá hoy o mañana, pero caerá. En los supermercados y
otros lugares públicos se exhibían portadas de periódicos anunciando la muerte
de Fidel; publicaban fotos “trucadas” (entonces no existía el Photoshop) que lo
hacían ver como un cadáver. Las mesas que lucían el inconfundible juego de
ajedrez eran pintadas con los colores de la bandera isleña.
A decir verdad, los cubanos residentes en la Unión Americana,
llegaron a ese país en varias oleadas. Hay quienes emigraron antes de la
Revolución, otros, pocos años después, y los demás, en aquellas históricas
migraciones masivas que salieron de ese país bajo pactos internacionales
suscritos con el régimen. Los hay también, descendientes de los exiliados, una
nueva generación que no le interesa la memoria histórica de sus padres. En
esencia, todos tienen visiones diferentes respecto al régimen y especialmente a
Fidel Castro.
Aquella larga espera de los inconformes por fin llegó el
viernes 25 de noviembre. Por primera vez las portadas de los diarios de Miami
pudieron publicar una noticia real respecto a Fidel. Murió, a la edad de 90
años. No pudieron asesinarlo, no obstante que según algunas fuentes fueron más
de 600 maneras para tratar de eliminarlo. Él murió cuando le dio la gana,
perdiendo únicamente la batalla contra las leyes naturales del cambio eterno.
Como líder revolucionario libró una larga e intensa batalla
contra los países capitalistas del mundo, especialmente los Estados Unidos. Sin
duda, la historia lo reconocerá como el forjador de la lucha en favor de los
pueblos oprimidos del planeta. El orador más brillante del siglo veinte, el
estratega más sobresaliente que movió, por mucho, el eje geopolítico mundial.
Como una ironía de la vida, a Fidel se le ocurrió morir el
día ese en que el capitalismo celebra un acto de gula consumista: el Black
Friday. A partir de hoy, cada ciudadano deberá reflexionar si esa fecha es para
dar rienda suelta al paroxismo del consumo irrefrenable, o una ocasión para recordar
al hombre de un país pobre que cambió los esquemas de pensamiento político
mundial. Aun después de muerto, Fidel seguirá siendo la piedra en el zapato del
capitalismo.
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