Publicado en el Diario de Centro América el 18 de noviembre
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No es fácil levantar un país cuya base social ha sido
golpeada por fenómenos naturales y en medio de un clima de violencia extrema.
En Guatemala, ser joven
tiene sus inconvenientes. No es tan fácil sobrevivir en un mundo donde escasean
las oportunidades de realizarse como persona, tanto en lo laboral como en otros
ámbitos de la vida. Quienes llegan a la mayoría de edad de pronto se encuentran
en la encrucijada entre estudiar, trabajar o ambas cosas a la vez. Sin embargo,
para un millón de jóvenes comprendidos entre los 18 y 30 años no se produce
ninguna de las 3 opciones.
Por su situación de no
trabajar ni estudiar se les llama NINIS, es decir, ni trabajan, ni estudian. Dicho
concepto se comenzó a usar en Guatemala en el 2009, sin embargo, el fenómeno no
es nuevo. Es sin duda, el resultado de desacertadas políticas de desarrollo, o
la ausencia de estas, que garanticen una vida plena para todos los ciudadanos,
especialmente la niñez y juventud. A esto se debe agregar dos hechos
trascendentales en la vida nacional. Por un lado, el largo periodo de violencia
que provocó el conflicto armado, el cual destruyó los vasos comunicantes entre
la sociedad, y por supuesto, las oportunidades de inversión, tanto por
capitales nacionales como extranjeros.
Otro hecho de suma
importancia fue el terremoto de 1976 que dejó más de 23 mil muertos y una
infraestructura literalmente en escombros. No es fácil levantar un país cuya
base social ha sido golpeada por fenómenos naturales y en medio de un clima de
violencia extrema, propiciada desde las estructuras mismas del poder público.
Estos y otros fenómenos
socioeconómicos y políticos, tales como la pobreza y pobreza extrema, un
sistema educativo diseñado para fracasar y no para preparar ciudadanos
competentes, el escaso desarrollo económico del país, así como una visión del
empresariado demasiado conservadora, amén de un prolongado y sostenido proceso
de ruptura de las relaciones familiares, han provocado que hoy día esta masa
que conforma la población económicamente activa, no tenga un empleo que le
permita satisfacer sus necesidades básicas.
¿Si no trabajan, por
qué no estudian? La pregunta tiene varias respuestas. Por un lado, el sistema
educativo superior ha creado sus propios mecanismos que impiden el libre
ingreso a quienes desean continuar sus estudios. Exámenes diseñados para hacer
fracasar, quizá como una manera de filtrar a los potenciales estudiantes. Se
debe reconocer que existe solo una universidad estatal virtualmente colapsada
que no ha encontrado solución práctica al hacinamiento estudiantil. Esto ha
generado una nueva categoría sociológica: Los SIN SIN, es decir, sin
oportunidad para ingresar a la Usac y sin pisto para estudiar en una
universidad privada, donde por cierto, cada vez son más altas las cuotas.
No debe extrañarnos que
existan grupos de jóvenes que ante la falta de oportunidades dediquen su tiempo
a holgar y a realizar actividades que les sirven de desfogue emocional y
social, con la certeza que, de todos modos, sus padres asumirán los costos de
su vida. Mientras tanto, observamos pasivamente cómo el país echa a perder lo
mejor de su capital: su juventud.
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