Publicado el 9 de septiembre de 2016
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Si
damos la mitad del pan que nos comemos, eso es solidaridad, pero si damos el
bocado que nos sobra después de haber saciado nuestra hambre, eso es limosna.
Hace pocos días, el Papa Francisco elevó a la categoría de santa a
la Madre Teresa de Calcuta. Como se sabe, en la tradición cristiana católica
este acto se realiza después de examinar un expediente que comprueba varios
milagros realizados por esta singular mujer que dedicó su vida a atender a los
más necesitados de su país, la India.
No he sido religioso, ni mucho menos, y por lo tanto, no tengo
autoridad para analizar este evento reciente que sin duda, constituye para los
católicos un suceso significativo. Sin embargo, al margen de las creencias
religiosas, veo en la figura de la Madre Teresa, la síntesis de lo que debe
constituir un ser humano: sencillez, vocación de servicio, entrega a la causa
de los más necesitados, búsqueda incansable de la paz como fórmula de
convivencia social.
La ahora santa, una mujer menuda, de hablar sereno y con su
atuendo de religiosa, hacía crecer su figura gigante sobre su decidida y recia
voluntad de abogar por los más pobres. Fundadora de una orden religiosa a la
cual logró transmitirle la vocación de servicio y amor al prójimo se constituye
hoy en el centro de atención de quienes están a favor de su causa y por
supuesto, quienes la adversan.
Teresa de Calcuta
viajó por el mundo, se entrevistó con diversas personalidades y donde quiera
que fuera, siempre anteponía su humildad, sinceridad y don de cristiana. Al
recibir el Premio Nobel de la Paz en 1979, en su discurso de aceptación
expresaría una de sus frases más famosas: “el más grande destructor de la paz hoy es el
llanto del inocente niño no nacido”. Con esta frase sentaría su posición en
contra del aborto.
En uno de tantos viajes al
extranjero, una vez se le acercó un hombre de negocios, quien había asistido a
una reunión donde ella promovía su mensaje de caridad para los más necesitados
del planeta. Madre Teresa, ¿hasta dónde debemos dar?, le preguntó aquel. Y ella
respondió con firmeza: Hasta que duela. Esta frase dio la vuelta al mundo y
constituye uno de los pilares del pensamiento de la santa. Como se sabe, muchas
personas se conforman y tranquilizan su conciencia dando limosna a los
necesitados; pero la convicción de dar no se restringe a repartir lo que nos
sobra. La verdadera acción de dar es un acto de sacrificio personal a favor de
los demás.
Si damos lo que ya no queremos,
o aquello a lo que le hemos perdido el aprecio, en realidad estamos cayendo en
punto muerto. No hemos dado nada. Pero si compartimos algo de lo que nos sirve
para sobrevivir, habremos dado vida a otro ser humano a costa de nuestra propia
vida o de nuestro bienestar personal. Precisamente la solidaridad consiste en
compartir. Si damos la mitad del pan que nos comemos, eso es solidaridad, pero
si damos el bocado que nos sobra después de haber saciado nuestra hambre, eso
es limosna; y la limosna denigra la esencia del ser humano. Demos hasta que nos
duela, seguros de que ese dolor se transformará a la larga en una satisfacción
de vida y en un triunfo sobre la mezquindad del mundo.
Sus apreciaciones son muy acertadas, y definitivamente las comparto. Saludos, respetable mentor...
ResponderEliminarSus apreciaciones son muy acertadas, y definitivamente las comparto. Saludos, respetable mentor...
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