Publicado en el Diario de Centro América el 7 de octubre
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La excesiva confianza
en la dinámica de la firma de la paz dejó al descubierto la falta de una clara
ruta de comunicación política que impusiera el sí en las urnas.
Hace pocos días se llevó en Colombia la consulta popular para
ratificar o no el tratado de paz firmado entre el gobierno y la guerrilla de
ese país. Dicho evento se celebró con bombos y platillos, al cual asistieron
mandatarios de otros países, cuerpo diplomático, personalidades propias y
extranjeras, ciudadanos comunes, y por supuesto, miembros del alto mando y
combatientes de la insurgencia.
El rostro del presidente Juan Manuel Santos rebosaba de
alegría. En los discursos del comandante general del movimiento guerrillero
Fuerzas Armadas de Colombia y del propio mandatario se destacó el prolongado
conflicto interno, el cual sobrepasa el medio siglo, y la importancia de poner
fin enfrentamiento y la imperiosa necesidad de conseguir la paz. Todo mundo
aplaudió los buenos deseos expresados por los dirigentes colombianos.
Sólo había un escollo que resolver. La firma de la paz debía
pasar por el referendo popular, quien, con un simple sí o no, legitimaría las
largas y engorrosas jornadas de negociación entre el gobierno y la insurgencia.
Y aquí es donde surge un factor que al parecer no había sido contemplado por
los asesores de ambos bandos: la figura del expresidente Álvaro Uribe.
Durante los dos periodos (2002-2010) en que Uribe ejerció la presidencia las relaciones del
gobierno con la guerrilla fueron de un antagonismo extremo. El presidente
sustentaba la teoría de la no negociación sino de la rendición por parte del
movimiento revolucionario. En ese sentido realizó sus mejores esfuerzos. Por
supuesto, las FARC no se quedó de brazos cruzados y reaccionó. Debe recordarse
que en junio de 1983, el padre del expresidente fue asesinado por la guerrilla.
Sin duda, ese es el origen de la lucha sostenida por el político en contra de
la insurgencia.
En la coyuntura del referendo popular el carismático político
abanderó la campaña a favor del no, articulando una ingeniosa y efectiva frase
de combate: ¡Paz sí, pero no así! ¡No + Santos! Resistencia Civil. Esta había
comenzado incluso, antes de la firma final de los acuerdos. Por su parte, el
gobierno, al parecer, no supo reaccionar ante lo agresivo de dicha estrategia y
llegó a las urnas sin una clara táctica para ganar. La excesiva confianza en la
dinámica de la firma de la paz dejó al descubierto la falta de una clara ruta
de comunicación política que impusiera el sí en las urnas. Por supuesto, habrá
más causas que dieron el triunfo al no.
Una cosa es segura: el expresidente Uribe sigue gozando de
amplio respaldo popular, alimentado por una postura antiguerrillera muy clara.
Y a pesar que los resultados entre el sí y el no mostraron niveles casi
similares, deja como lección que, en política, nadie puede dormirse en sus
laureles. Ahora le queda al gobierno colombiano sentarse agregar una silla más
en la mesa de negociaciones ya que al parecer, no será un diálogo entre dos
sino entre tres. El tiempo dirá qué sucede.
El Sí ganó el No bel compañero. Ya estaba cuajado. Creyeron que ganaría el Si. Los boletos y las invitaciones estaban repartidas pero nunca creyeron que perdería el si. En todo caso el premio ayuda.
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