Publicado en el Diario de Centro América el 1 de abril de 2016
En lo que va de los
años dos mil, los nacidos en la década de los cincuenta se lamentan de no haber
actuado a tiempo.
La generación nacida en los años cincuenta asistía a la
educación primaria. Jugaba en las calles de los barrios con suma tranquilidad.
Durante la década de los sesenta terminaba la primaria y comenzaba la
secundaria. Eran niños y jóvenes alegres, juguetones, algunas veces se
enfrascaban en peleas pero nada serio. Las niñas eran más recatadas y menos
violentas. Al final de los sesenta la mayoría eran jóvenes que asistían a sus
primeras clases de baile, hacían deporte. Algunos habían adoptado la moda del
pelo largo.
En los años setenta, esa generación de los cincuenta oscilaba
entre 20 y 30 años. Iniciaba su edad productiva y reproductiva. Algunos aún
continuaban con su estilo de vida hippie. Otros se habían “cuadrado” y
comenzaban a vestir trajes formales para ir al trabajo. La mayoría de muchachas
se había casado. Algunos asistían a la universidad. Los centros urbanos aun
eran lugares bastante tranquilos. En esa década sucedió el terremoto que dejó
miles de muertos y familias sin techo.
Como consecuencia de esta catástrofe comenzó la primera gran
oleada de migrantes hacia la ciudad Capital. Se expandieron los asentamientos y
cinturones de pobreza. Surge una nueva clase social: el lumpen proletario, con
oficios y trabajos de subsistencia, desprotegidos de todo régimen de seguridad
social. Inician las primeras pandillas juveniles. Algunos jóvenes nacidos en
los años cincuenta se sumaron a estos grupos antisociales. Otros ocuparon
espacios políticos para alcanzar el poder del estado. Algunos se incorporaron a
las esferas del ámbito público. En esa época hubo quienes iniciaron sus
proyectos empresariales que hoy constituyen florecientes empresas.
En los años ochenta, los nacidos en la década del cincuenta
eran ya adultos que ocupaban espacios de poder público y privado. Sin embargo,
vivían en un clima de violencia político-militar que literalmente estancó al
país. No se generaron políticas de desarrollo social; por si esto fuera poco,
los órganos de préstamo internacional condicionaron su financiamiento a que el
país aplicara las políticas de ajuste estructural. La llamaron la década
perdida. Los nacidos en los cincuenta fueron parte protagónica de estos sucesos
que comenzaron a resquebrajar al país.
En los años noventa, los nacidos en la década de los cincuenta
eran ya cuarentones y cincuentones, interesados más en fortalecer su fortuna
personal, sin preocuparse por las políticas públicas de desarrollo social. La
guerra interna terminaba pero surgía una nueva ola de sórdida violencia, esta
vez propiciada por los sectores antisociales: maras, bandas de secuestradores,
matones a sueldo, extorsionadores, narcos, etc.
En lo que va de los años dos mil, los nacidos en la década de
los cincuenta se lamentan de no haber actuado a tiempo, no en lo individual,
sino de manera colectiva, como una fuerza social vigorosa para echar los
cimientos de un país fuerte, socialmente responsable y económicamente viable.
Yo nací en los años cincuenta. ¿Somos los únicos responsables? ¿Mea culpa?
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