Publicado en Diario de Centro América, el 29 de agosto de 2014
Nos imponen la siembra de sus experimentos que minan nuestra salud y nuestra dignidad.
La reciente Ley para la Protección de Obtenciones Vegetales, aprobada por el Congreso de la República es la tapa que cubre el pomo de una serie de acciones que, desde muchas décadas atrás, se han venido imponiendo en detrimento de la soberanía nacional.
Dicha ley no es una acción aislada. Apremiados por el contenido de los tratados de libre comercio, especialmente el firmado con los Estados Unidos de Norteamérica y Canadá, los diputados aprobaron de manera sorpresiva y sin consenso ciudadano, esta disposición legal (mas no legítima) que terminará siendo una camisa de fuerza para los sectores campesinos en la libre selección de sus semillas para sus siembras y cosechas.
¿Qué pasará cuando un campesino, sin mayor conocimiento de la biogenética, las insondables reglas de la biotecnología y las leyes que rigen los derechos de autor, plante en su parcela de tierra una semilla que ha sido manipulada genéticamente? ¿Podrá ser acusado de violar los derechos de autor de las grandes compañías que se dedican a la investigación genética?
En otro orden de ideas, cabe preguntarnos dónde quedó la soberanía nacional. La nueva geopolítica mundial nos tiene hundidos en un mar de incertidumbre. La telaraña invisible del poder hegemónico que ejercen en todo el mundo las compañías transnacionales, nos asfixia cada vez más y compromete el futuro de las nuevas generaciones.
Desde los años de la Guerra Fría comenzamos a perder nuestra soberanía. Primero el largo brazo de las instituciones de crédito internacional, comenzaron a inundar de préstamos a largo plazo a los gobiernos de turno, en una dinámica que cada vez nos ata a sus designios. Somos presas de la gran red financiera mundial; eso ni duda cabe. Ahora somos presas de los tratados de libre comercio, envueltos en la ironía que de “libres” solo reflejan el viejo refrán popular: “Lo mío es mío, y lo tuyo también es mío”. Libre comercio para los países hegemónicos pero totalmente desventajosos para los países periféricos.
Tal como se ven las cosas, hemos hipotecado o cedido sin mayor discusión, la soberanía nacional y el derecho de los ciudadanos a una mejor calidad de vida. Nos echan a patadas de su territorio, tal es el caso de las masivas deportaciones, pero nosotros, a cambio, en una actitud mansa y sin respingo alguno, les entregamos el poder legal de disponer de nuestros recursos naturales y regir incluso, nuestro régimen alimentario. Todo un drama donde los poderes fácticos mundiales toman posesión libremente de estos “paisitos” que no anteponen su dignidad nacional ante las pérfidas acciones de quienes se sienten los dueños del mundo. Mientras tanto, la enorme maquinaria de las empresas transnacionales trituran los granos de maíz y de frijol criollo, y nos imponen la siembra obligada de sus experimentos genéticos que no solo minan nuestra salud sino también nuestra dignidad.
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