Publicado en el Diario de Centro América el 1 de agosto de 2014
El recordado maestro
Cabrera ha traspasado los umbrales de una reposada contentura.
El pasado martes 22 de julio murió el pintor, grabador,
escultor, investigador, semiotista y crítico de arte, maestro Roberto Cabrera
Padilla, a quien le llamé alguna vez, el poeta de las artes visuales.
Tuve la dicha de ser alumno del maestro Cabrera en los
violentos setenta en la Escuela de Ciencias de la Comunicación, USAC. De su paciente
voz aprendí las herramientas básicas de la semiótica y la teoría general de la
comunicación. También conservo el orgullo de haberlo tenido como asesor de mi
tesis de licenciatura. Y por qué no decirlo, heredé su cátedra de Semiología
General por recomendación suya cuando tuvo que partir hacia Costa Rica, en
busca de resguardo físico.
Cabe destacar que, junto a Severo Martínez Peláez, el maestro
Cabrera tuvo un permiso especial del Consejo Superior Universitario para
ejercer docencia, sin ostentar título universitario pero sí una vasta
experiencia y conocimiento de la ciencia en general y en especial del arte, la
plástica, el humanismo y la investigación.
Estos méritos fueron suficientes para que la Escuela de Artes
Plásticas de Costa Rica lo incorporara como investigador. En la Universidad de
San Carlos impartió cátedra en la facultad de Arquitectura, Ciencias de la
Comunicación, Humanidades y Agronomía.
Del maestro Cabrera recuerdo muchas anécdotas. Una vez llegó
a la Escuela de Ciencias de la Comunicación vistiendo camisa a cuadros,
pantalón de lona, chaqueta de lona y botas de cuero. Impresionado por verlo
vestido así le pregunté el motivo y me respondió: es que hoy comencé a dar
clases en la facultad de Agronomía. Y qué curso está impartiendo, le pregunté.
Química, me dijo. Y qué tiene que ver la Química con su formación, le
cuestioné. Mire maestro, me respondió, usted estudie Semiótica e imparta
cualquier babosada que le propongan. Claro, agregó, no soy mula, para la parte
de fórmulas invité a un amigo mío que es químico, y sonrió con aquella actitud
siempre sana y desenfadada que lo caracterizaba.
En uno de mis libros reproduzco una entrevista que le hice al
maestro Cabrera sobre la comunicación. Sucedió en Costa Rica, donde él residía.
En aquella ocasión se me ocurrió preguntarle cómo hacía para tener un estilo de
vida medio bohemio, poético, culto, sin premuras económicas. Me respondió,
desternillándose de risa: vendo uno de mis cuadros y con unos cuarenta mil dólares
subsisto el resto del año.
El maestro Cabrera era un investigador nato. La última
investigación en la que estaba trabajando era un estudio sobre Maximón. Me
comentó que parte de éste era un enfoque semiótico-antropológico.
Lo vi hace dos meses, sobre la séptima avenida, conversamos
brevemente y me despidió con esa sonrisa que siempre lo acompañó. Ahora ha traspasado
los umbrales de una reposada contentura. Hasta luego, maestro.
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