Antes de ir a la plaza pasemos por un orfanato, hogar de ancianos u hospital, y preguntemos si necesitan algo de nosotros.
Los lamentables hechos ocurridos en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción toca la conciencia nacional e internacional. A estas alturas se buscan culpables que, por supuesto, sí los hubo. No se sabe a ciencia cierta cuán profunda es la cloaca que se ha convertido en manto de misterio, la cual operaba desde hace años en dicho centro.
Con suma indignación (comprensible, por cierto) muchos sectores han reaccionado ante tan execrable suceso. La opinión pública pide la cabeza de funcionarios y el sistema ha comenzado a realizar las primeras capturas. Sin embargo, llama la atención que sea solo en estos sucesos cuando la conciencia nacional de pronto se sensibiliza. Todos nos rasgamos las vestiduras y señalamos a culpables. En el fondo no hemos hecho un profundo análisis de cuánta culpabilidad tenemos todos como ciudadanos que, sabiendo de este y otros problemas, nos hacemos de la vista gorda.
Dígame usted, cuántas veces pensó en hacerse cargo de un niño en situación de riesgo por tener padres alcohólicos, drogadictos o viviendo por debajo de la línea de pobreza. Cuánto de su salario invierte en ayudar al que menos tiene. ¿Se ha quitado alguna vez el pan de la boca para dárselo a alguien que lo necesita más que usted?
Estas y tantas otras preguntas me hago cuando veo la plaza llena de gente exigiendo justicia. Claro que hay que exigirla, pero también siendo justos en nuestros actos con el prójimo, especialmente aquellos que no tuvieron la oportunidad de nacer en buena cuna. Somos una sociedad desgarrada en nuestros principios de convivencia y solidaridad; somos reactivos ante catástrofes y hechos violentos, pero muy poco hacemos por construir un país con sensibilidad social. Antes de ir a la plaza pasemos por un orfanato, hogar de ancianos u hospital, y preguntemos si necesitan algo de nosotros.
Por otra parte, somos una sociedad dependiente del paternalismo gubernamental. Esperamos que tata presidente nos resuelva los problemas, exigimos, gritamos, pero somos pésimos contribuyentes, por ejemplo. Tratamos de pagar el menos impuesto posible, o más bien, los evadimos.
Es común que ante catástrofes salgan a la luz las voces de oenegeros, “dirigentes”, tomadores de opinión y toda una camarilla de personas, cuyo negocio es lucrar con el dolor ajeno, visibilizándose para obtener más financiamiento. También sacan la cabeza esas famosas fundaciones, cuyo negocio es evadir impuestos a través de supuestos proyectos de desarrollo. A mi edad, he visto mucho y variado. Por ello mi desconfianza en esos rostros que gritan. Por supuesto, no quiero generalizar y dejo a buen resguardo a aquellos cuyo corazón está limpio y sus principios solidarios son inquebrantables. A propósito, ¿ya fuimos a ver si podemos hacernos cargo de un niño cuyos padres no asumen su paternidad? ¿Nos hemos privado de un gustito para destinar el dinero a costear los estudios de un menor necesitado?
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