Publicado en el Diario de Centro América el 10 de febrero
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Algunos se
queman, pero la mayoría ha aprendido las reglas ocultas de sobrevivencia y
pasar a los brazos traicioneros de la historia como niños de primera comunión.
Es muy difícil ser una inmaculada e impoluta
flor viviendo en el pantano. Sus blancos pétalos están siempre expuestos a ser
salpicados por alguna pizca de podredumbre. A veces, sin quererlo, una vida se
ve sumergida de pronto en lo más putrefacto de las bajas pasiones, de los actos
más deleznables. A veces, quizá, es inevitable estar expuesto al peligro de ser
arrastrado por la corriente de la inmundicia.
Pero fuera de esas excepciones, el
tejido social está cada vez más contaminado con aquellas bandas de lacras
humanas, negociantes de cuello blanco, delincuentes disfrazados de honorables
ciudadanos, vulgares roba vueltos, extorsionistas de la más variada calaña,
algunos empresarios que actúan al margen de elementales normas éticas,
políticos que hacen de los negocios del Estado su modus vivendi y por ello
defienden con los dientes el estatus quo.
A diario los medios de comunicación
dan cuenta de bandas de extorsionistas, delincuentes comunes, exfuncionarios
que engordaron sus cuentas bancarias y sus propiedades a base de negocios
turbios. Estos son, sin duda, algunos casos que traspasaron la barrera de la
opinión pública, pero cuántos casos de mayores dimensiones se han quedado en la
obscuridad, sin que el despistado ojo de la ley y la justicia los alcance.
Miles de millones de desplumados quetzales danzan el ritmo anónimo del mercado
negro, de la defraudación al fisco, del negocio turbio, bajo el viejo lema de
“el que transa, avanza”.
En esta dinámica de bajo mundo,
muchos hombres y mujeres danzan los círculos de fuego. Algunos se queman, pero
la mayoría ha aprendido las reglas ocultas de sobrevivencia y pasar a los
brazos traicioneros de la historia como niños de primera comunión. Otros, han
desarrollado un cuero más grueso que los propios hipopótamos y andan por allí,
luciendo sus mansiones, joyas, carros, cuentas bancarias atiborradas de
billetes, sin la más mínima muestra de vergüenza; al contrario, presumen de
ello.
Y no digamos aquellos que se dedican
a destruir juventudes traficando drogas, armas y toda suerte de sustancias que
ponen en riesgo la estabilidad física, social y psicológica de niños y jóvenes,
y comprometen una vida adulta que bien pudo ser vital y al servicio de la
sociedad en su conjunto. Vivimos en un mundo cada vez más depreciado
éticamente, con mayor exposición a la violencia, la extorsión, el exterminio
del hombre por el hombre y con un futuro que compromete la estabilidad económica,
social y familiar de los niños que hoy sueñan y se imaginan un mundo
maravilloso.
A decir verdad, no se me ocurre nada
mejor que endurecer las leyes, fortalecer las instituciones responsables de
impartir justicia, denunciar con todo el vigor ciudadano los actos ilícitos
cometidos por cualquiera, sin importar su rango, situación política, posición
económica o grupo privilegiado. Sentarlos en el banquillo de los acusados para
que respondan por sus actos. No importa, la ley es dura, pero es la ley.
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