Publicado en el Diario de Centro América el 20 de enero
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En una muy bien montada
estrategia violenta, los antisociales siembran el terror generalizado.
En su acepción más pura, la horda constituyó, en la antigua
civilización humana, un grupo nómada cuyo propósito era conseguir alimento para
sus miembros. La horda no tenía un lugar de asiento y vagaba de un lado a otro.
Esta organización primitiva dio paso a las tribus y los clanes.
En su estructura social, las hordas no respetaban roles
sociales, vivían de manera semisalvaje y sus miembros obedecían únicamente a un
líder cuyo poder radicaba en la fuerza física. La violencia era un factor al
que constantemente se recurría para someter a sus miembros.
Al parecer, la sociedad guatemalteca está viviendo un efecto
recesivo de aquellas formas de vida. Y aunque hoy se presume que están
concentrados en zonas rojas, estos grupos marginales, llamados maras, en
alusión al término “marabunta”, son individuos que se rigen por reglas propias
de la cultura violenta. Mediante fechorías y extorsiones, atesoran grandes
cantidades de dinero que utilizan no solo para vivir, sino para atascarse de
droga y comprar armas que luego usarán contra la ciudadanía honrada.
Por supuesto, el fenómeno de las maras no es exclusivo de
Guatemala. Más bien, es un problema importado que tuvo su inicio en los
primeros años de la década de los ochenta. Algunos sostienen que es un efecto
marginal de las migraciones de mexicanos, hondureños, salvadores y
guatemaltecos hacia los Estados Unidos. Aunque se originó en los Ángeles, El
Salvador, por ejemplo, ha sido la cuna de la mara Salvatrucha, con lo cual,
nuestro vecino país no solo ha exportado pupusas de queso y chicharrón sino
también estos raros especímenes.
Otro grupo delincuencial, la Mara 18, también inició sus
operaciones en Los Ángeles. Comparten junto a la Salvatrucha un perfil de
violencia, drogadicción, sedentarismo y asociación para el crimen. Sus cuerpos
tatuados testimonian un mapa de su historia de vida, generalmente impregnado de
muerte a los miembros de los bandos opuestos o castigos cometidos por amores no
correspondidos.
No pasaría de ser un fenómeno cultural de los grupos
antisociales cuyos códigos de relación se revelan en contra de las normas ciudadanas
establecidas si no fuera porque su influencia nociva ha permeado el tejido
social y hoy por hoy, atentan contra la seguridad del guatemalteco y su derecho
al trabajo, a la distracción y una vida digna.
A diario se vive el efecto de estas hordas salvajes de nuevo
cuño. Muertes, descuartizamientos, extorsiones, actos intimidatorios en los
barrios marginales, mercados cantonales, paradas de buses, son solo algunas de
sus fechorías. En una muy bien montada estrategia violenta, los antisociales
siembran el terror generalizado. Basta ver su rostro y cuerpo tatuados para
intimidar a la ciudadanía. Creo que han conseguido su propósito: crear pánico
colectivo, sin que exista una acción orquestada y contundente desde el Estado para
enfrentarlos. Capturar a varios de ellos en realidad no tiene mayor impacto. El
problema continúa y se estrella en nuestro rostro.
En su piel tatúan mensajes de vida y muerte. La piel se convierte en el mensaje, parafraseando a McLuhan. La piel es el lienzo donde inscriben sus símbolos más preciados o sus traumas más significativos. Excelente reflexión, apreciado Dr. Interiano
ResponderEliminarInteresante articulo amigo Doctor. Una realidad que roba ka paz a toda la gente y que cada día crece. Parece ser que en esta lucha por controlar las Maras, la gente honrada y que trabaja lleva perdida la batalla
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