Publicado en el Diario de Centro América el 3 de junio de 2016
Los innumerables besos
y abrazos fueron como líquido vital que regó sus raíces para una vida plena.
Cuando nacen podría decirse que casi caben en la palma de la
mano. Sin embargo, estos seres, aparentemente minúsculos, una vez abren sus
ojos y te clavan la mirada, te capturan para toda la vida. Su poder hipnótico
es tal que no puedes, aunque quisieras, desviar la vista hacia otro lado y
terminas fundiendo tus ojos en sus diminutos centros de poder que escrutan cada
uno de tus gestos.
¡Y qué decir de las veces en que los arrullas para inducirles
el sueño! ¡Y las veces que reclaman tu presencia en una actitud premonitoria de
lo que serás a lo largo de su vida! Al dar sus primeros pasos tienes que
armarte de paciencia para soportar sus destrozos. Simplemente la casa no puede
estar ordenada porque estos pequeñitos rufianes tiran todo lo que encuentran a
su paso y para colmo de males, te exigen que apruebes sus fechorías. Y claro,
los padres están diseñados para corregir, pero tú como abuelo, estás diseñado
para consentir y no tienes más que plantarles un sonoro beso en la mejilla.
Ellos, a cambio, te toman de la mano como si supieran que años más tarde se
convertirán en tu bordón.
Dejan los pañales y visten sus primeras prendas formales. Se
inician los días del colegio, un enorme peregrinar que los conducirá en la ruta
de su desarrollo. Las primeras tareas escolares son celebradas con un helado o
un trozo de pastel. Y por supuesto, no se te ocurra llagar tarde a casa porque
te reclaman. Estos pequeños seres son acaparadores de afecto y en extremo
exigentes de tus cuidados. “Abuelito, te la llavás de muy salsa y no me ponés
atención”, me dijo una vez aquella picarilla, cuando tenía cuatro años.
A veces se meten en tu cama y tras pláticas interminables se
quedan quietos y poco a poco se van quedando dormidos, seguros de que tú estarás
allí para cuidarlos y protegerlos. Solo el silencio es capaz de absorber su
pequeña respiración de ángeles. En esos momentos es cuando llegas a comprender
que la vida es hermosa si tienes a alguien a quien entregar lo mejor de tu
ternura. Es entonces cuando entiendes la inmensidad de Dios concentrada en un
pequeñísimo ser.
La vida recompensa. De sobra, la vida recompensa. Aquellas
horas que tú invertiste en el cuidado y atención de aquellos pequeños
duendecillos años después tendrán sus frutos. Los innumerables besos y abrazos
fueron como líquido vital que regó sus raíces para una vida plena. Al final del
día, ellos cuidarán de ti. Te regañarán si no cumples con tu dieta, te leerán
las instrucciones de tus medicamentos, te invitarán a hacer ejercicio para
mantenerte en forma, te tomarán de la mano para que no te caigas, tal como tú
lo hiciste cuando ellos daban sus primeros pasos. Y así, el ciclo de la vida
habrá cerrado un hermoso capítulo de la existencia humana.
¡Benditos mis nietos y los nietos de los abuelos cuyo papel
fue consentir, amar, proteger y educar en el amor!
Gracias por concentrar en un texto lo que un abuelo encierra en su corazón.
ResponderEliminarEsas personitas son las que inyectan vida y alegría, ganas de vivir, motivación y nosotros le pagamos siendo alcahuetas. Total, estamos en otra condición y nos volvemos cómplices de sus juegos y sueños.
Gracias por su amor, paciencia y dedicación hacia toda la familia 👪 a mi no me enseñaron a expresar mis sentimientos pero Dios me ha dado más de lo que merezco,usted es mi segundo padre y nunca podre pagar lo que ha hecho de mi,infinitas gracias.
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