Publicado en el Diario de Centro América el 17 de junio
Los amigos son la
familia cordial que no nos ha sido dada hecha, sino que hemos ido formando con
latidos cordiales y sinceros.
Los años de 1968 a 1973 fueron sin duda, para mí, la mejor
época de mi vida. Provenía de una niñez sumamente difícil, con penurias
económicas, inestabilidad familiar, desasosiego emocional, culturalmente
desarraigado, en fin, un manojo de adversidades a las que me enfrentaba durante
mis años infantiles. Sin embargo, regresar a Chiquimula a proseguir mis
estudios de secundaria e ingresar a mi inolvidable Instituto Normal para
Varones de Oriente abrió para mí, las puertas de la gloria.
Allí hice entrañables amigos y compañeros cuya vida
transcurría entre bromas, risas, juegos, anécdotas y por
supuesto, largas horas de estudio. Las calles empedradas de mi linda ciudad
fueron testigos de innumerables y repetidas lecciones que, a fuerza de memoria,
se grababan en nuestro cerebro. Allí conocí la esencia del amor que se cultiva
en la amistad sincera, desprejuiciada y sin tabúes de ninguna naturaleza. Decía
Cicerón: “Los amigos son la familia cordial que no nos ha sido dada hecha, sino
que hemos ido formando con latidos cordiales y sinceros”. Cuánta razón tenía el
sabio.
El INVO nos permitió cultivar una maravillosa relación entre
88 compañeros de la promoción Centenario. Después de 43 años nos han dejado 18
amigos, según me han informado. En algún rincón de lo ignoto estarán esperando
nuestra llegada, tarde o temprano.
El sábado 11 de junio tuve un encuentro con la felicidad. Con
el pretexto de celebrar la mayoría de edad (70 traviesos años) a nuestro
querido compañero José Víctor Duarte, más conocido cariñosamente como Cuchi
Cuchi, nos dimos cita en la Perla de Oriente una veintena de aquellas almas que
desbordamos alegría durante aquel tiempo de la secundaria. La verdad, cuando la
felicidad es mucha, seis años son muy pocos.
No nos vemos a menudo. A algunos encuentros llegamos unos, y
a otras reuniones llegan otros. Las agendas de los adultos son verdaderamente
complicadas y, por supuesto, no es por falta de voluntad que no asistamos
siempre. Sin embargo, en la distancia están siempre en nuestra memoria y
corazón.
Hacía tiempo que no abrazaba a algunos compañeros, así que
aprovechamos para reír, cantar, hablar a montones, disfrutar de la hospitalidad
de Víctor y su adorable familia y reafirmar nuestros lazos de amistad de
aquella promoción que ha dado a la patria ilustres maestros, intelectuales de
primer orden, empresarios exitosos, hábiles políticos, soñadores muchos, todos
forjados bajo el crisol de aquel portentoso centro del saber en cuyo alero se
han pulido preclaras mentes que han dado lustre a Guatemala durante 143 años.
Me siento afortunado de haber participado en aquel encuentro
donde se reafirmó el amor de esa familia que formamos en aquellos años
maravillosos en nuestro centenario INVO. Estoy convencido que el amor no muere,
solo se transforma. Y esta vez se transformó en una bocanada de alegría, como
solíamos hacerlo cuando éramos jóvenes. ¡Salud compañeros, hasta la próxima!
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