Publicado en el Diario de Centro América el 6 de noviembre de 2015
El modelo tradicional
de tráfico de influencias al parecer está siendo seriamente cuestionado.
La política tradicional hoy día está
en trapos de cucaracha. O más bien, deberíamos decir “los políticos
tradicionales” dado que esta noble actividad humana puede ejercerse para bien o
para mal. Cabe hacer, respecto a los hombres y mujeres que tradicionalmente han
vivido de la política, algunas reflexiones.
En primer lugar, la manera tradicional de hacer política, es
decir, aquella vieja escuela en la que las personas se ejercitaban vendiendo y
comprando voluntades como si se tratara de jabones de baño, acaparando el
mercado del voto ciudadano repartiendo láminas y cupones de comida, fue puesta
en crisis por una manera de hacer política sin ofrecer cosas materiales, más
que el compromiso de no ser “ni corrupto, ni ladrón”. Una estrategia que para
los más avezados en análisis político rompió con los linderos del molde
tradicional y escapa al análisis simplista.
En segundo lugar, las acciones
ciudadanas, articuladas sin liderazgo visible y de manera autocontrolada,
pusieron en vigencia un modelo autárquico muy al estilo de algunas comunidades
mayas, donde se autorregulan los ejes del poder sin intervención de liderazgo
visible. En la moderna teoría del poder se le conoce como “autopoiesis” al
estilo de Maturana y Varela. Este modelo fue tan eficiente que en un gesto de
cultura ciudadana, los participantes a las concentraciones en la Plaza Central
recogían su basura y se dispersaban de manera ordenada, tal como se habían
concentrado. Los ojos del mundo vieron cómo, una sociedad considerada entre las
más violentas del mundo, sin disparar una sola pedrada ni mucho menos una bala,
logró un cambio significativo en la dinámica del poder y propició que “sus
mandamases” fueran puestos tras las rejas, en un juicio que aún no empieza.
En tercer lugar, el poder evidente
que hoy día despliegan las redes sociales agrega un elemento decisivo en el
quehacer político. En tiempos electorales por ejemplo, las redes sociales han
ocupado un merecido espacio en la fórmula tradicional de campañas de “aire” y
de “tierra”. Luego de estas pasadas elecciones, los políticos se han puesto a
pensar en serio sobre la necesidad de incorporar a su estrategia política, el
elemento virtual.
En cuarto lugar, la oleada de
agitación política que constituyeron las jornadas de abril a agosto hicieron
poner las “barbas en remojo” de otros actores que había permanecido
aletargados. Por un lado, el Congreso, cuya función había sido improductiva, ha
activado su agenda, esta vez con iniciativas de aparente interés social. Se
volvieron trabajadores los muchachos, me decía un amigo.
Lo mismo sucede con el aparato de
justicia, quien entra a sus salas de audiencia generalmente sale amarrado
directo a las cárceles. Ya no valen los juegos políticos para evadir la
justicia; el modelo tradicional de tráfico de influencias al parecer está
siendo seriamente cuestionado. A ver qué sucede en el futuro.
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