lunes, 2 de junio de 2014

Al cielo se llega por el ascensor

Publicado en el Diario de Centro América el 30 de mayo de 2014

Esta simpleza de pensamiento que hace grandes a los seres humanos.

La niña tendría a lo sumo, 4 años de edad. Su diminuta figura contrastaba con el resto de personas que ocupábamos el ascensor que nos llevaría al nivel 13 del edificio. En el sopor del medio día y con la mente puesta en las faenas diarias o quizá en algún problema que requería ser resuelto de inmediato, guardábamos todos, un profundo silencio.  De repente la voz dulce pero segura de la niña nos hizo estremecer con aquella frase que no habremos de olvidar durante un largo tiempo: “Mami, al cielo se llega por el ascensor”.

No fue una pregunta; fue una afirmación de quien aún guarda una estructura de pensamiento sin los enredos de la adultez. Y es que en el cerebro de los niños la relación causa-efecto no contiene los paradigmas complicados que van enredándose cada vez que avanzamos en los años. Si el ascensor sube quizá lo más probable es que nos lleve hasta el cielo. Todos sonreímos con aquella ocurrencia, y aunque efímera, se construyó una aureola de ternura en medio de aquella jungla de problemas cotidianos.

En su sentido metafórico, por supuesto no con la intención primaria de aquella niña, es posible construir un camino a la felicidad y la armonía de la vida, con una hoja de ruta sin tanta complicación que nos plantea el mundo de hoy. ¿Acaso no sería posible, en un alarde de simpleza emocional, encontrar la tranquilidad en un espacio tan cerrado como un ascensor?

Me pregunto si ante tanta violencia habremos perdido el verdadero sentido de la vida: construir felicidad propia y ajena. Aquella felicidad que no se encuentra entre millones de dólares, sino en el infinito placer de buena mirada, de una sonrisa franca, de un saludo cordial. Esta simpleza de pensamiento que hace grandes a los seres humanos. Víctor Frankl le llama a esto “el hombre en busca del sentido”; quizá tenga razón en sus palabras. Hemos perdido la capacidad de encontrar la belleza en la simpleza de las cosas y la verdad en la palabra de los niños, tanto como la experiencia que nos brindan los ancianos. Vamos por allí con un reguero de soberbia que hace más pesada nuestra carga cotidiana.


El cielo, un espacio infinito donde se supone que la vida continúa en otra dimensión, llena de paz y sin los avatares de la vida diaria. En su portal se dejan las botas de la guerra y se calzan las sandalias de la paz. Podría predicarse este mensaje a tanto adulto que manifiesta sus frustraciones por la vía violenta, insultando aquí, matando allá. No sé…Acaso solo exista en la mente de aquella pequeña la idea genial de llegar al cielo por el ascensor. Quizá nunca vuelva a encontrarme con ella, pero gracias por esta lección.

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