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Debemos reflexionar sobre que no es lo mismo comunicar poder, que poder comunicar.
La cuestión del poder es un fenómeno tan antiguo como la civilización misma. El hecho de ejercer dominio de unos sobre otros está ligado a las estrategias de subsistencia. Darwin lo pintó de manera muy tajante: entre las especies sobreviven las más fuertes.
En la especie humana se dan juegos de poder de diversas maneras. La influencia que ejerce el padre sobre el hijo, el anciano sobre el joven, la mujer sobre el hombre, el jefe sobre el subalterno, el sacerdote sobre el feligrés, el árbitro de futbol sobre los jugadores, son solo algunas muestras.
Pero, ¿cómo se comunica el poder? Existe toda una gama de maneras de comunicarlo. Lo más inmediato es, por supuesto, el lenguaje articulado, oral o escrito. Aquellos encendidos discursos que mueven masas hacia las urnas, o aquellas arengas que están destinadas a resquebrajar un orden social establecido, y motivar uno nuevo, son manifestaciones de la capacidad incendiaria de la oratoria, una técnica tan antigua que era predilecta de los griegos y quizá, de civilizaciones que les antecedieron.
La oratoria es la capacidad que tiene un individuo para encadenar un discurso oral, usando para ello, generalmente los artilugios de la retórica. Antes de la explosión de las últimas tecnologías de comunicación, los oradores se lucían en las plazas públicas con sus encendidos discursos, capaces de anular, aunque fuera temporalmente, la razón y exaltando las emociones y los afectos ciudadanos. Sin duda la oratoria ha sido uno de los instrumentos más poderosos para ejercer el poder.
Por su parte, el discurso escrito también tiene su encanto. A través de este se comunica poder y está ligado a las leyes, reglamentos, órdenes, disposiciones, comunicados, entre algunas herramientas.
Pero el poder también trasciende el lenguaje verbal (oral o escrito). Está presente en muchos recursos extralingüísticos, tales como los colores, los trazos, los objetos, los espacios, el lenguaje corporal, los símbolos, las posturas, solo por mencionar algunos.
Imagínese usted que un simple anillo o una corona puede indicarnos de qué poder se trata. La ubicación de un jefe en una mesa de trabajo es ni más ni menos que una manifestación de poder.
Incluso, en la política internacional existen complicados protocolos que lo comunican, a cada quien su lugar, a cada cual su nivel de trato. Los seres humanos hemos construido códigos especializados para comunicar la influencia de unos sobre otros.
En la vida contemporánea existen especialistas en estrategias para comunicar el poder, tanto a nivel privado como público. Algunos expertos, incluso, blasonan con que cuentan con la fórmula mágica para hacer presidentes de la nación.
A veces, es justo reconocerlo, estos camelan el mundo de la política y cobran cantidades significativas por “sus servicios” cuyos resultados se ven sepultados por una estrepitosa caída en las urnas. Esto llama a reflexionar sobre que no es lo mismo comunicar poder, que poder comunicar.
PERO y donde dejamos aquella máxima del poder detrás del trono, no es necesario ocupar posición, lugar o dar un discurso al público, hay grandes personajes que han manifestado su poder sin ser ellos los que lo detentan. un buen ejemplo hoy pudiera ser: si nos preguntamos será que el payaso detenta o tiene poder? la respuesta es más que obvia y no hay que saber mucho de comunicación.
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