Publicado en el Diario de Centro América el 12 de agosto de 2016
Dada su capacidad
económica, la institución ha estado en el ojo de funcionarios de turno, quienes
en no pocos casos la han convertido en su cajero personal.
El Instituto Guatemalteco de Seguridad Social se crea el 30
de octubre de 1946, por Decreto Ley emitido por el entonces honorable Congreso
de la República. La creación de esta institución es el resultado de un estudio
serio realizado a instancias del gobierno de la Revolución presidido por el
doctor Juan José Arévalo, por Oscar Barahona Walter Dittel.
El IGSS es sin lugar a dudas, el último bastión de la gesta
revolucionaria que veló por una política de seguridad alimentaria, de salud y
educación para los sectores obreros y campesinos. Fue indudablemente la columna
vertebral sobre la que ha descansado la seguridad social de miles de
trabajadores. El enfoque de dicho acuerdo era crear "Una Institución
autónoma, de derecho público de personería jurídica propia y plena capacidad
para adquirir derechos y contraer obligaciones, cuya finalidad es aplicar en
beneficio del pueblo de Guatemala, un Régimen Nacional, Unitario y Obligatorio
de Seguridad Social, de conformidad con el sistema de protección mínima".
El nuevo régimen de seguridad obligaba al estado a dar su
aporte por concepto contribución patronal. Lo mismo establecía para el sector
privado. El trabajador, por su parte, debía aportar su cuota para tener derecho
a un retiro después de cumplir cierta cantidad de años de servicio.
A lo largo de setenta años
el IGSS ha atesorado una significativa cantidad de recursos que garantizan la
cobertura de sus servicios, a pesar que el estado ha sido el primero en no
cumplir con el precepto constitucional de su aporte, debiéndole alrededor de 30
mil millones de quetzales por cuotas atrasadas. Por su parte, el sector privado
también debe una cantidad significativa, aunque menor, en cuotas no pagadas.
Dada su capacidad económica, la institución ha estado en el
ojo de funcionarios de turno, quienes en no pocos casos la han convertido en su
cajero personal. Fuente de una indiscriminada corrupción de gerentes y presidentes
que la han administrado. Sumado a esto, ha estado siempre acechada por el
fantasma de la privatización. A esto último se han opuesto el sector sindical y
los propios jubilados, con justa razón, ya que ven el peligro inminente de
quedar desprotegidos por un el régimen que, aunque con sus carencias y
limitaciones, mal que bien, contribuyen a dar un respiro económico a los
jubilados y pensionados.
En los últimos días el fantasma de la privatización ha
tendido sobre el IGSS sus más aviesos propósitos. No se sabe de dónde salió tan
descabellada idea; lo cierto es que ha puesto los pelos de punta a quienes han
dejado en un puesto de trabajo los mejores años de su vida y que hoy, tienen
una modesta y a veces hasta miserable pensión, pero que después de todo, es un
dinerito que en algo les ayuda.
Lo cierto es que, privatizar el seguro social sería darle el
último zarpazo a las instituciones creadas por el gobierno de la Revolución y
cuya trascendencia está vigente después de setenta años. Vale la pena conservar
su autonomía ¿no le parece?
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