Publicado en el Diario de Centro América el 15 de julio
No se vale restarle recursos a actividades como
educación y salud para destinarlas a mantener a esta bola de delincuentes.
En recientes declaraciones el vocero del Sistema Penitenciario
declaró que en Guatemala el Estado invierte Q1.11 diariamente en cada niño que
asiste a la escuela. En tanto, gasta Q42 diarios por cada privado de libertad
que se encuentra en las cárceles del país.
Estos números, que sin duda han sido tomados del informe del
Instituto Nacional de Estadística ponen los pelos de punta, dado que refleja el
estado indefensión que la niñez y la juventud tiene respecto a su futuro, y por
supuesto, revela un panorama nada halagüeño para los años venideros. Como Nación
estamos más preocupados por mantener a un sector de la sociedad que, sin
pruebas o no, ha sido sometido a la justicia y guarda prisión en las cárceles.
Con una inversión que cuadruplica la cantidad de dinero que se
invierte en cada preso, se dejan de atender necesidades básicas en educación de
aquella población que representa el futuro del país. Para nadie es un secreto
que muchos reclusos que han sido reincidentes en sus fechorías prefieren
permanecer encerrados y comer los 3 tiempos sin que para ello tengan que hacer
el menor esfuerzo por realizar un trabajo. Cuidame el puesto que ya regreso,
dicen que suele ser la frase de estos delincuentes.
Es claro que existen presos cuyo delito merecería una pena
conmutable y permanecer con arresto domiciliario en tanto se resuelve su
situación jurídica; en cuyo caso estar privados de libertad no es totalmente su
responsabilidad. Sin embargo, quizá sea un número menor de casos. El resto es
una masa de delincuentes entre los que destacan mareros, secuestradores,
narcotraficantes, extorsionistas y demás personas de baja calaña.
Es urgente modificar la ley del Sistema Penitenciario y la
metodología de atención a la población reclusa. En otros países como Estados
Unidos, algunas cárceles son privadas y los prisioneros o sus familiares deben
asumir sus propios gastos. Tener que pagar por estar preso significaría un
potencial disuasivo para quienes tienden la costumbre de hacer de las prisiones
su hotel de vacaciones, con gastos pagados y sin desempeñar ninguna labor para
cubrir sus gastos.
No se vale restarle recursos a actividades como educación y salud
para destinarlas a mantener a esta bola de delincuentes; esto equivale a
aceptar una extorsión colectiva cuando nos tronamos los dedos por tener
recursos económicos para garantizar su manutención. Que se ganen su propia
comida, que siembren, que cultiven y cocinen sus propios alimentos y no nos
vean como sus proveedores ingenuos.
Se ha llegado al extremo de amotinamientos para exigir mejor
calidad de la comida. Cada año se licitan los contratos de elaboración de
alimentos para la población reclusa, y créalo usted o no, se presentan ofertas
con menús variados, como si se tratara de un banquete a deportistas que vuelven
de poner en alto el nombre del país. Que cada “platillo” debe tener una
cantidad balanceada de carbohidratos, grasas, proteínas, minerales porque si no
se pueden enfermar los huéspedes, qué tal.
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