Publicado en el Diario de Centro América el 7 de mayo de 2016
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Somos como las piezas
del ajedrez: desempeñamos una función específica en el juego, pero una vez este
termina, en la caja donde nos meten somos exactamente iguales.
La larga época del conflicto armado guatemalteco polarizó a la sociedad en una perniciosa
dicotomía de ricos y pobres. Por un lado, los ricos, aquella camarilla dueña de
los medios de producción que defendía sus intereses económicos a como diera
lugar. Por otro, los pobres, aquella masa laboral que enajenaba su fuerza de
trabajo por salarios miserables que apenas les alcanzaba para llevar un bocado
a su boca.
Aquella polarización trajo una pugna que para los teóricos
del marxismo se conoce como lucha de clases. Los resultados de esta fueron
desastrosos para la sociedad, con una cauda de miles de muertos, huérfanos y
viudas cuyos efectos sin lugar a dudas, se están viviendo actualmente en una
sociedad con taras en su desarrollo social y económico. Durante esos años no
había espacio para el diálogo; la voz ronca de las armas lo había sustituido.
Imposible hablar de consensos. Era el disenso el portavoz de la lucha social en
contra de la lucha empresarial y grupos de poder. Por su parte, estos se
sostenían en una institución armada diseñada más que para defender a la patria,
para proteger sus intereses.
No obstante esta polarización, por causas internas y
externas, Guatemala logró superar esa lucha fratricida. Llegó el 29 de
diciembre de 1996 y se silenciaron los fusiles. Los generales se abrazaron con
los comandantes y los representantes de los sectores pudientes del país. Se
forjó una aparente armonización de las fuerzas sociales y se reconocieron
algunos espacios políticos para la joven sociedad emergente que reclamaba más
participación en la cosa pública.
Sin embargo, a casi veinte años de aquella gesta, los grupos
sociales en pugna han mantenido una línea equidistante en sus relaciones. Por
un lado, los grupos de poder se afianzan cada día en su afán por incrementar su
capital a veces a costa de pagar salarios de miseria a los trabajadores. Se
debe reconocer que en esta dinámica ha surgido un grupo emergente que lucha por
alcanzar mejores niveles económicos a expensas de negocios ilícitos,
competencia desleal, esquilmar al estado, y una larga cola de actos ilícitos.
En tanto, la clase obrera y el campesinado, continúa una ruta
de empobrecimiento extremo que lo está llevando a niveles de desesperación y en
muchos casos, una peligrosa agitación social que puede regresar al país a los
estadios del pasado conflicto armado. La falta de políticas integrales de
desarrollo social que den a los sectores marginados la oportunidad de superar
sus niveles de calamidad económica puede desembocar en una nueva polarización
social de efectos impredecibles.
Es preciso que quienes manejan el país como si fuera su finca
personal piensen que la riqueza debe surtir el efecto cascada que pringue a
todos, pues al fin y al cabo, somos como las piezas del ajedrez: desempeñamos
una función específica en el juego, pero una vez este termina, en la caja donde
nos meten somos exactamente iguales. ¿Para qué tanta riqueza en pocas manos?
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