Publicado en Diario de Centro América
Quien esté libre de
pecado, que lance la primera piedra.
El término deshonestidad académica es una categoría que
involucra a todos los actores en el proceso educativo. Abordaremos, a riesgo
que quedarnos cortos, cada uno de éstos. En primer actor es indudablemente el
estudiante.
Todos hemos sido estudiantes y en algún momento de nuestra
vida hemos participado o presenciado en situaciones que bajo la escrupulosa
lupa de la ética, son anómalas. Veamos algunas de estas: copiar en los
exámenes, utilizar “chivos” para ganar un examen, “soplar” a compañeros que
piden nuestra compasión, presentar tareas ajenas como propias, atribuir a
autores supuestos argumentos propios con el propósito de darle mayor peso a los
mismos, o bien, transcribir argumentos ajenos y presentarlos como propios.
Estos son solo algunas acciones realizadas por los
estudiantes; la lista es larguísima y nos llevaría mucho tiempo hacer un
inventario completo.
En un juego de roles y conductas no cabe duda que los
estudiantes no son los únicos protagonistas de acciones deshonestas. Algunos
docentes por ejemplo, violentan los procesos de planificación, ejercicio y
evaluación. En el discurso son virtuosos, mas en la práctica, no tanto.
He conocido casos de profesores que no planifican sus clases,
no administran ninguna actividad evaluativa, no entregan un programa como guía
del curso, no facilitan lecturas relacionadas, se presentan tarde a sus
labores, salen temprano, no se actualizan con nueva literatura relacionada con
el curso que imparten; investigar es una tarea pendiente en su formación
profesional, también lo es el sano ejercicio de publicar sus trabajos
académicos. Sin embargo, óigalos usted: son un dechado de virtudes. Los alumnos
son haraganes y tramposos, ellos jamás.
En este campo la academia practica una doble moral. A la
vista pública, muchos profesores se rasgan las vestiduras exigiendo a los
cuatro vientos a la masa estudiantil, una conducta honesta. Sin embargo, en el
círculo privado de su clase, el panorama
es totalmente diferente. Aquella frase de “educar con el ejemplo” simplemente
es un razonamiento retórico sin contenido real en el ejercicio docente.
¡Y qué decir de muchas instituciones educativas de cualquier
nivel de enseñanza! ¿Ha visto usted cómo exigen virtudes en sus estudiantes que
sus autoridades están lejos de practicar? Casos de corrupción administrativa,
cobros excesivos, conductas públicas reprochables, vulgaridad en las relaciones
humanas y tantas otras cositas que no alcanzaría este espacio para enumerar. En
todo caso, como diría Jesucristo, el maestro universal: “Quien esté libre de
pecado que lance la primera piedra”.
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