Publicado en el Diario de Centro América
La corrupción académica
es un problema que nos compete a todos.
El ámbito académico se caracteriza por un libre flujo de
ideas, algunas afines, otras contrapuestas. Algunas ideas surgen como pistas
innovadoras que revitalizan el pensamiento; otras en cambio, se alzan en
hombros de gigantes y dan un nuevo brillo a viejos conceptos, viejos modelos.
Se dice que no hay nada nuevo bajo el sol, una manera de
explicar que las ideas se alimentan de ideas, algunas originales, otras no
tanto. La originalidad es un concepto bastante amplio que denota una cualidad
de modelo al concepto que se expresa. Sin embargo, esta cualidad de modelo,
novedoso, original, no se asienta en el vacío. Es el resultado de un proceso de
acumulación de datos, paradigmas, ideas que en el universo de lo simbólico, dan
cabida a una nueva versión, es decir, un nuevo enfoque, o bien, una nueva
mirada. Este principio de originalidad, se entiende, da marco a presentar al
mundo una versión propia de un asunto.
En este maremágnum la academia se plantea cuán originales son
los trabajos estudiantiles, la actividad docente, los centros de investigación,
el enfoque de cada institución, la dinámica que produce la sistematización de
carreras, cursos, clases, control de notas, prescripción de lecturas, sistemas
de acreditación y tantas otras situaciones que se suscitan en la vida
académica.
¿Qué tan original es lo que hacemos en las instituciones
académicas? ¿Qué tanta investigación de laboratorio o de campo se produce que
pueda dar un sello de originalidad a lo que se hace? ¿Cuántos profesores
publican sus propios libros y dan cuenta pública de sus investigaciones
relacionadas con las materias que enseñan? ¿Cuánta legitimidad hay en lo que
predican? ¿Cuántas tareas estudiantiles son una copia textual de documentos
encontrados en sitios de internet de dudosa reputación? A su vez, ¿Cuántos de
estos autores citados produjeron ideas originales? ¿Dónde radica la
originalidad?
Hoy día se discute en muchos ámbitos de la vida nacional el
tema de la honestidad académica. Y esto es sano, muy sano. Sin embargo, en el
contexto de esta discusión los académicos debemos asumir una posición lo más
científica y objetiva posible, de manera que no proyectemos en los demás
nuestras propias carencias, pues ciertamente no podemos señalar la paja en el
ojo ajeno ocultando la viga en el propio.
El tema de la corrupción académica es un problema que nos
compete a todos: estudiantes, profesores, autoridades e instituciones
educativas y culturales y debe ser analizado de la manera más imparcial
posible, sin que haya necesariamente héroes y villanos.
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