viernes, 26 de mayo de 2017

SOCIOGENÉTICA

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En la Humanidad cada generación es capaz de heredar a las sucesoras una considerable cantidad de fortalezas que las hacen crecer y progresar.
Hace varios años que vengo dándole vueltas a este asunto, o más bien, tratando de responder la pregunta de cómo se ha marcado en el ser humano el instinto de progreso, característica que, al parecer, marca la diferencia entre este y el resto de las especies animales.
Como seres biológicos, estamos dotados de ciertas características heredadas de generación en generación; los rasgos físicos: color de la piel, estatura, color de cabello y ojos, entre otros. Ciertamente la biología y la genética han hecho su valioso aporte en esta infinita cadena evolutiva, presente en los instintos básicos tales como vida, muerte y conservación.
Pero el ser humano ha sido el único que no ha permanecido con la misma programación social desde sus orígenes. Los monos continúan en los árboles, los delfines siguen navegando en las aguas oceánicas, las águilas repiten su ciclo vital de manera invariable. Sus congéneres actuales no se diferencian de los que vivieron hace millones de años, salvo algunos rasgos adaptativos propios del medio. En cambio, en la Humanidad cada generación es capaz de heredar a las sucesoras una considerable cantidad de fortalezas que las hacen crecer y progresar.
Como especie, el ser humano fue capaz de extrapolar sus capacidades innatas a modelos reproducibles socialmente, es decir, ha creado cultura. La cultura la entendemos como la generación de conocimiento heredable, transferido, reproducible y que constituye el testimonio de la forma de vida concreta en espacios y épocas históricas.
A nivel individual es posible transferir este conocimiento. El proceso seguiría la siguiente ruta, como ejemplo: Mario es un hombre joven de la generación millennial. Su cerebro ha estado expuesto a la recepción de millones de mensajes provenientes del mundo digital. Esta información ha sido incorporada en su ADN (el disco duro genético por naturaleza). En el momento en que Mario fertiliza el óvulo de Ana, le traslada también esa cantidad de datos que él ha incorporado a su cerebro. Ana, por su parte, hace algo similar. Con estas dos cargas informativas adicionales, el nuevo hijo o hija nacerá equipado con cierta predisposición al aprendizaje de nuevos conocimientos.
Es lógico, entonces, suponer que los hijos de padres que han vivido en ambientes digitales, tengan mayor facilidad de aprendizaje de estas herramientas, en virtud de una transferencia social incorporada a los genes de sus progenitores. Se marca la necesidad de construir una nueva ciencia que se ocupe de estos cambios humanos. Llamaremos a esta nueva disciplina: Sociogenética. Esta se encuentra en el debate actual sin rumbo definido.
Sin caer en determinismo, cabe destacar que los niños no aprenden solo por imitación; de hecho, ya vienen equipados con precogniciones heredadas por sus padres y que contribuyen a fortalecer sus procesos de aprendizaje. La evolución del conocimiento en los seres humanos es en espiral, en el resto de especies es circular. Es el secreto del instinto de progreso.

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