Publicado en Diario de Centro América el 17 de abril de 2015
Cuando se trata de una
persona de escasa edad, el abuso es un acto de doble crimen.
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En los medios de comunicación se da cuenta de casos de
violación a niñas menores de 14 años. Los números ponen los pelos de punta. A
decir verdad, cuando se trata de violación, la edad de la víctima no cuenta;
pero cuando se trata de una persona de escasa edad, el abuso es un acto de
doble crimen.
A cualquier persona que tenga hijas o nietas le quiebra el
alma saber de niñas entre diez y catorce años, convirtiéndose en madres, cuando
debieran estar en la escuela o disfrutando esos años dorados, al amparo de sus
padres, responsables de su formación. Existen casos en los cuales los
violadores resultan ser los propios progenitores, actuando cual animales salvajes
en un acto de incesto que pondrá una marca permanente en la psique y la vida
social de sus hijas.
El cuerpo de una niña es una catedral donde solo se permiten
actos de pureza; y en esta perspectiva, es ella su propia dueña; nadie más, ni
padres, ni tíos, ni hermanos, ni desconocidos pueden ingresar a su sacrosanto
seno. Ella sabrá, en su vida adulta, cuando tenga plena certeza de su condición
de mujer, con quién compartir su más sagrado tesoro. Mientras tanto, la familia
y las instituciones sociales están llamadas a velar por su seguridad física,
emocional y espiritual.
Es bien sabido que muchos de estos hechos se dan en
condiciones de promiscuidad provocada en espacios muy pequeños donde pernoctan
todos los miembros de la familia, aunque no son la única causa. Las condiciones
de pobreza y extrema pobreza también son vectores que provocan estados de
disfunción moral en quienes la padecen y pasan de largo las reglas prohibidas
de convivencia familiar. No es una generalización; sin embargo, la excepción es
ya una muestra preocupante que debe ser atendida por las instituciones responsables
y la sociedad en general.
La práctica de vicios embrutecedores como el alcoholismo y la
drogadicción son factores que también intervienen en una conducta de violación
sexual; las cifras de estos actos son cada vez más grandes, frente a una
sociedad indolente que ve pasar estos hechos como lo más normal del mundo. Una
sociedad, más preocupada por conseguir el sustento diario y protegerse de la
criminalidad, no enfoca su atención en los tesoros que tiene en casa: sus hijos
e hijas.
El estado mismo, el ordenamiento jurídico y las instituciones
responsables de combatir estos actos criminales también deben redoblar
esfuerzos por castigar severamente a los culpables y desarrollar amplias
campañas de conciencia para que los progenitores sean celosos guardianes de sus
crías y no sus más repugnantes verdugos.
Los medios de comunicación masiva también deben apuntalar los
esfuerzos institucionales, acuerpando campañas dirigidas a informar sobre el
crimen de violación y las penas que la ley establece a los responsables. Además,
crear conciencia de la paternidad responsable, el amor familiar y la verdadera
entrega de los padres en la formación física, moral, intelectual y espiritual
de sus hijas e hijos.
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