La calidad
interpretativa no puede sustituirse.
El genio de la comedia popular mexicana se ha ido, a sus 85
años. Pero ha dejado un legado cultural de entretenimiento que trascendió
generaciones enteras, no hemos escapado a la contagiosa alegría de los
personajes creados en una corriente de realismo mágico, envolviendo a millones
de personas en un clima de “reírnos de nuestras desgracias” en un acto moral de
“qué me importa”, si mi mal no tiene remedio, me río de él. Así de duras son
las condiciones sociales y económicas en que viven millones de personas en el
mundo; y si algo sale mal “fue sin querer queriendo”.
Imagen de Google
Inmersos en la industria de la cultura popular y de
entretenimiento, los personajes del programa televisivo “Chavo del 8”, batieron
records históricos en las más de cuatro décadas de transmisión. Con un efecto
sucedáneo, cada día las personas se acomodaban frente al televisor (aun lo
hacen) a sumergirse en los contenidos picarescos, burlescos y la mayoría de
veces chabacanos cuya actuación era una personificación de estados
socioeconómicos que se viven en el mundo de las vecindades.
Los efectos que el programa y sus personajes causaron en los
telespectadores son diversos. En el lenguaje, por ejemplo, pueden acuñarse un
sinfín de términos que si bien es cierto no son aceptados por la Real Academia
Española, forman parte del universo discursivo de muchos. Es que no me tienen
paciencia, se me chispoteó, fue sin querer queriendo, emprésteme, mírala, eh, solo
para mencionar algunos. Tampoco se escapa la estructura fonética, sintáctica y
pragmática de los diálogos, por demás, bañados con la salsa del humor mexicano.
El programa el “Chavo del 8” provocó una avalancha de
imitadores que a lo largo y ancho del continente americano trataron de
personificar a cualquiera de sus personajes, aunque, en verdad, como lo dijera
Gómez Bolaños, para producir un programa igual que el original, tendrían que
volver a nacer los mismos actores, ya que la calidad interpretativa no puede
sustituirse. Habrá muchos Chapulines Colorados, muchas Chilindrinas, muchos
Chavos del 8, pero ninguno como los originales.
Por cierto, Guatemala fue el primer país donde se divulgaron
los primeros programas producidos por el genial comediante, actor y dramaturgo,
Roberto Gómez Bolaños. En las barriadas, en los hogares de clase media, a una
hora en punto se suspendían las actividades cotidianas para sentarse frente al
televisor a reírse con las ocurrencias de los personajes del programa más visto
en Latinoamérica. Hoy día, los niños aun disfrutan de la versión en caricatura
de este contagioso programa.
Aunque algunos sociólogos y psicólogos han realizado análisis
negativos de esta serie, la verdad es que, al final de cuentas, fue un
aliciente para aglutinar a la familia, al menos una hora al día. Adiós Chavito,
nunca te olvidaremos.
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