lunes, 24 de diciembre de 2012
AQUELLA MANZANA DEL 68
A la memoria de la familia Ibarra Menéndez, un remanso de paz en el largo recorrido de mi vida.
Era la Navidad de 1968. Yo era un muchacho tímido y sin pocos (por no decir escasos) amigos íntimos. Durante ese año escolar, el primero que cursaba en mi recordado Instituto Normal para Varones de Oriente, ese que ya no formará maestros sino bachilleres pedagógicos, junto a una parbada de compañeros bullangueros de la sección C, habíamos hecho amistad con un pqueño grupo de ellos. Recuerdo con mucho cariño a Ernesto Sagastume,Mario Vásquez, Julio Cerín, Obando Morales, Oscar Mateo, Ricardo y Marcio Ibarra. Los últimos,hijos del profesor Ricardo Ibarra, excelente maestro de matemáticas y piedra fundamental en mis años de Secundaria.
Como una buena nueva recibiría aquella invitación que venía precedida de un cariñoso saludo de Tito Ibarra, en una carta que me acompañaría durante muchísimos años hasta que crueles circunstancias la destruyeran. De esta carta recuerdo una frase que decía: "mi familia y yo nos alegraría tenerlo como invitado en esta Navidad". El corazón me saltaba de alegría al saber que podría estar con mis amigos en Navidad. Era la primera invitación que recibía en mi vida y tenía el doble sentido de provenir de amigos entrañables.
Ese 24 de diciembre a las cuatro de la tarde llegué a su casa. Tito, Marcio y sus hermanos salieron a recibirme llenos de felicidad. Al entrar en la sala un ambiente de ternura y alegría llenaba la estancia. Tímido como era, me sentí un poco apabullado por tanta amabilidad (no creía merecer tanto afecto).
La mamá de mis amigos, doña Consuelo (cariñosamente doña Cony) salió a darme la bienvenda, con una sonrisa que me llenó el alma de amor y paz. Todo era sonrisas, algarabía. Los Brincos de España entonaban una canción que aun resuena en mis oídos.
Al atardecer, yo me asomé a la puerta para ver la línea interminable de piedras que formaban aquella calle (la calle que aun conservo en los confines de mi memoria). Estaba pensativo y cabizbajo (como pollo comparado, diría mi mamá cuando le comenté lo sucedido). Doña Cony, con un gesto maternal que no olvidaré jamás se acercó a mí y me entregó una roja manzana. "Están muy dulces y las trajimos ayer de la Capital", me dijo.
En esa manzana, la más dulce que he comido en mi vida, capté todo el amor que la familia Ibarra Menéndez fue capaz de darme durante los hermosos años que conviví con ellos.
Hoy, 44 años después, aun percibo el calor de aquel hogar, y un hálito de viento me trae aquel aroma de esa hermosa Navidad. Sentado en mi silla favorita oigo las risas de los niños que juegan en la calle; y en lo recóndito de mi memoria asoma desde muy lejos, aquella estampa navideña de 1968.
Bienaventurados los que recuerdan, porque su pasado vivirá por siempre.
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