Continuación de libro.
Cuando los estados neuróticos o noóticos no son controlados por el individuo, generalmente se produce el stress. Sin entrar en pormenores sobre el stress diremos que este se genera como una respuesta adaptativa del organismo ante los diversos estresores. El stress fue llamado como el “Síndrome de estar enfermo”, por Hans Selye, en 1930.
Se ha definido al stress como una enfermedad de nuestra vida contemporánea; generalmente más aguda y presente en las sociedades industriales, con una dinámica vertiginosa de cambios en todos los órdenes de la vida. A medida que se incrementa la actividad laboral de un individuo, tiende también a incrementarse los niveles de stress. De ahí que comiencen a aparecer síntomas físicos o psicológicos que demandan atención adecuada. Entre estos síntomas se pueden mencionar los siguientes:
a) Depresión o ansiedad
b) Dolores de cabeza
c) Insomnio
d) Indigestión
e) Sarpullidos
f) Disfunción sexual
g) Palpitaciones rápidas
h) Nerviosismo
El stress es manejado por las personas según su estabilidad emocional, y también según el principio de placer o no placer con que realicen sus actividades laborales. A mayor placer, mayor será la posibilidad de controlar los niveles de stress. Cuando una persona siente rechazo por las actividades que realiza, el nivel de stress tiende a incrementarse, a tal punto, que los síntomas se pueden convertir en enfermedades físicas, con las correspondientes implicaciones en la falta de atención de sus actividades relacionadas con su trabajo, e incluso, de su entorno familiar y social.
En este sentido, el ser humano debiera tener como máxima de vida la siguiente: se vive para trabajar, no se trabaja para vivir. La frase anterior encierra cierta dosis de aparente contradicción si se analiza desde el punto laboralista. Sin embargo, si se toma en cuenta que el trabajo mismo resulta ser en la sociedad, un antídoto para el aburrimiento y la anomia, vivir para trabajar encierra algo más que un significado laboral. Es la vida misma la que se involucra en el trabajo; y dentro de ésta, la concepción del ser humano sobre su autorrealización. El trabajo es, en cierta manera, una forma de sentirnos útiles ante el mundo. En un triángulo de necesidades humanas que deben ser satisfechas, la necesidad de saber, la necesidad de querer y la necesidad de hacer, se ve cristalizada la máxima necesidad de poder que tenemos todos los individuos.
El poder, cristalizado en el trabajo, es entonces la posibilidad de tener satisfechas las tres necesidades antes citadas. Pero con una de estas que no esté satisfecha, generará cierto sentido de inconformidad y consecuentemente, se canalizarán energías para su satisfacción. Estas energías deben encontrar un campo fértil para poder ser asimiladas por nosotros; caso contrario, generará ciertas dosis de frustración, y con esta, un campo de inestabilidad que puede provocar stress.
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