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I
Cuando yo me vaya,
no llore. Remuévase el moho
de estas lágrimas que nunca fueron
el estandarte de su amor sincero. Acomode
la frente y siga su camino
sin ver hacia atrás
aquella estatua de sal que pudo ser
monumento a la ternura,
pero nunca lo fue.
II
Cuando yo me vaya,
sacúdase los cabos de esta amarra
que le ataba a mi sonrisa
y busque con afán los rayos tibios
de una nueva vida, el olor fecundo
de una carne viva, el santo grial
que transforme su tristeza en
un grito de fuego que consuma
los harapos del pasado.
III
El amor es dialéctico,
como la vida: nace, crece,
inunda los espacios de una alcoba
y luego languidece
en una noche de invierno.
IV
Cuando yo me vaya,
no se aferre al inventario de
las horas idas, despídase la culpa
de su amor fingido y póngale
el cerrojo a esta página perdida.
V
Cuando yo me vaya,
libérese de pena por los días felices
que reímos juntos, olvide las cenizas
de aquellas madrugadas, no malgaste
su tiempo rumiando el tibio encanto
de una tarde fría, vacíe los bolsillos
de las horas faustas
que pasé a su lado, no finja
la nostalgia, no atienda los recuerdos,
que después de todo, para usted
he sido tan solo la memoria
cubierta de nada.
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