Los
miles de intelectuales mayas no figuran en esta estrategia de visibilización.
Durante la inauguración de la Feria Internacional
del Libro -Filgua 2018- se presentó un espectáculo de trajes típicos indígenas.
Quizá todo habría pasado desapercibido si no hubiera sido porque quienes los
portaban no eran indígenas, sino modelos con características ladinas.
Algunos grupos indígenas protestaron
por ello, por considerar que se atenta contra sus tradiciones y costumbres, al
dar al traje indígena un uso meramente turístico y no como una expresión de la
cultura de los diferentes pueblos de origen maya.
Quienes entienden esta problemática
argumentan que exhibir los trajes indígenas como meros elementos decorativos y
folcloristas constituye un acto de racismo y discriminación, en donde se
esconde la presencia indígena, no obstante que los pueblos originarios de
América aún conforman el 41% de la población total de Guatemala. En otras
ocasiones se ha presentado al indígena ante la comunidad internacional solo
como un objeto turístico y no como un ciudadano con el pleno goce de todos sus
derechos constitucionales.
En muchos afiches, videos e incluso
películas filmadas por la generación “progre” los indígenas se presentan sólo
en actividades domésticas, si son mujeres, y agrícolas o artesanales, si son hombres,
cumpliendo el papel de promotores pasivos de la actividad cultural. Pero cuando
se trata de impulsar la industria turística en el mercado internacional, los
sujetos indígenas se sustituyen por personajes con rasgos anglosajones,
luciendo coloridos trajes que distinguen a los pueblos mayas.
Las facciones físicas de los
descendientes mayas no constituyen el criterio estético del mundo anglosajón,
con su alta estatura, su piel blanca, cabellos relucientes y sus ojos claros.
El indígena pose características totalmente contrarias, y aunque vistan trajes
de los más vistosos del mundo, aparecen en los promocionales que se van al
extranjero solo como sujetos de trabajos artesanales, domésticos o de
subordinación patronal. Los miles de intelectuales mayas no figuran en esta
estrategia de visibilización.
¿Es esta una estrategia consciente
por parte de los impulsores del turismo? Quizá no. Lo que, ni duda cabe, es que
constituye el reflejo de los 500 años de subordinación de una cultura cuyo
esplendor está entre las más importantes del mundo, a una partida de
aventureros venidos de ultramar, quienes, a fuerza de hierro y sangre,
impusieron sus propias normas y con ellas, sus criterios estéticos.
No debe culparse a las chicas y
chicos ladinos que, en un afán de quedar bien con el sistema, portan los trajes
que no los representan, ni cultural, ni ideológicamente; pero sí debe llamarse
a la reflexión a quienes promueven estos espectáculos para que tomen en cuenta
que con los patrones culturales no se juega; y menos con quienes durante medio
milenio han sentido el rigor de la esclavitud y el sometimiento. La protesta de
los pueblos indígenas ante tal desaguisado no solo fue oportuna, sino
plenamente justificada.
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