Aquel
cálido día del mes de abril entró en mi casa. Traía el ímpetu de un ave
migratoria: directa, contundente y llena de ternura. Escogió el resquicio más
profundo de mi alma y se posó, plácida, como si por siempre hubiese estado
allí. El enjambre de estrellas que anida en sus ojos es lámpara en las horas
mortecinas de mi tarde.
Ahora
somos dos, compartiendo una quimera. No sé hasta dónde. No sé hasta cuándo.
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