Escribir poesía no es
precisamente hacer fotografías de ambientes, objetos o emociones.
La pequeña Génesis le preguntó a su mamá, la poeta Brenda Solís, si los poetas ya se habían marchado, aquella vez que nos reunimos en su casa los integrantes del grupo Zanates y Clarineros. Y agregó: no quise hacer bulla porque los poetas son sagrados. Por qué dices eso, repuso la madre. Porque la poesía es sagrada, respondió la niña.
¡Qué razón tiene la pequeña Génesis! Una de las más grandes características de los humanos es nuestra creatividad. Y la más alta manifestación de la creatividad es el arte, y en particular, la poesía. Por cierto, la poesía no es un arte masivo, es una experiencia estética que le gusta a un escasísimo grupo de individuos; y quizá cada día sea más reducido el número de seguidores, tanto creadores como consumidores.
Qué aburrido es leer poesía, decía una señora que estaba prendida frente al televisor, viendo su novela favorita; lo mismo opinan aquellos que ven futbol hasta en la sopa. De ahí que la gran enemiga de este arte sea la comunicación de masas con sus múltiples recetas destinadas a freírnos el cerebro. Anterior al surgimiento y consolidación de los medios de comunicación, la poesía era una manera de establecer relaciones significativas entre los seres humanos. Había cafés literarios, grupos de lectura, certámenes de diversa magnitud, talleres creativos, concursos de declamación, y toda una gama de posibilidades.
Hoy, poco a poco esas actividades han ido perdiendo importancia, al grado de que la práctica de la declamación es casi nula en el sistema educativo. Los maestros ya no estimulan esta capacidad en sus estudiantes; a los poetas se les ve, generalmente, como bichos raros. A ello se agrega que no existe preparación suficiente para leer connotativamente; es decir, interpretar el lenguaje simbólico que casi siempre encierra un poema. El sistema educativo está formando para enseñar a acatar órdenes, datos, recetas variadas para solucionar problemas.
Pero la poesía es más que eso. En cada palabra, en cada verso, en cada estrofa que conforma un poema, hay pistas que es necesario descubrir para entender el significado del mensaje. De ahí que escribir poesía no es precisamente hacer fotografías de ambientes, objetos o emociones, sino jugar con las palabras para producir efectos estéticos.
Esta semana, el poeta Matheus Kar y yo participamos en cuatro recitales de poesía en Puerto Barrios, Izabal, acto donde el joven bardo recibió un merecido homenaje por parte de la Dirección Departamental de Educación y la Asociación de Colegios Privados de aquella región. Nos llenó de emoción la significativa participación de estudiantes de nivel medio, quienes, junto a claustros de profesores, presenciaron dicha actividad con mucho interés. Creo que, frente a esta grata experiencia, podría suceder que no es que haya desaparecido el interés por la poesía; quizá se deba solo a que no existe el suficiente impulso para sembrar esta semilla en las actuales generaciones.