Publicado en el Diario de Centro América, viernes 1 de diciembre
Siempre agradecí este
gesto de dulzura de la mujer extraordinaria que dio al mundo dos ciudadanos de
gran talla.
La conocí hace diez años. Era una mañana fría de diciembre. Edna Portillo me había invitado a desayunar en su casa. Ella apareció en el portal que comunica las dos viviendas. Carlos, –ella es mi mamá-, me indicó mi amiga. –Mucho gusto, señora-, le dije. – Usted es Carlos Interiano-, repuso doña Hildita, al tiempo que me escrutaba con su mirada profunda. Sentí que mi ser quedaba al desnudo ante el “escaneo” de aquella alma grande.
Con el correr de los años, en sus labios mi nombre adquirió matices de diminutivo: Carlitos Interiano, dicen que me llamaba cuando se refería a mí. Siempre agradecí este gesto de dulzura de la mujer extraordinaria, que dio al mundo dos ciudadanos de gran talla: Edna, maestra de muchas generaciones y experta en literatura; Alfonso, maestro y político, curtido en la urdimbre del poder, luchando a brazo partido por dar sentido social a su gobierno, aun en contra de los poderosos que por décadas han gozado de privilegios, en detrimento de los grandes intereses nacionales.
Doña Hilda Cabrera de Portillo, lectora consumada y de amplia cultura, una mujer de pensamiento revolucionario, reconocida a nivel latinoamericano, sin lugar a duda, modeló en sus hijos ese amor por los más necesitados y les heredó la vocación de “ser para los demás”, como un canon de íntima realización. Durante el tiempo que los he conocido, esta es una característica que los define.
Ser esposa de un perseguido político no fue nada fácil para doña Hilda. Don Alfonso, su esposo, tuvo que marchar al exilio por sus ideales revolucionarios, en tanto, ella se quedaba a cargo de los dos hijos. Ser padre y madre, es sin duda, el papel más difícil que una mujer debe enfrentar, al tiempo que trabajar como maestra para sostener el hogar. Sin embargo, su alegría y amor a la vida fueron sus principales secretos para sacar adelante aquella tarea, la más hermosa de todas: dar frutos valiosos a la patria.
Evidentemente, no tuvo una vida fácil. No conozco su niñez, aunque sí algunos retazos de su vida como esposa y madre. En este último rol soportó con valentía espartana, la maliciosa persecución política que sufrió su hijo, por el hecho de enfrentarse como un David ante el Goliat del poder económico que ve a Guatemala como su finca.
Alfonso Portillo, siendo presidente, una vez declaró que no tenía pedigrí; sin embargo, creo que no hay mejor linaje que ser hijo de una mujer extraordinaria, cuya dignidad y tesón se sobrepuso ante todas las vicisitudes que tuvo que enfrentar. Ciertamente su naturaleza fuerte fue el mejor crisol donde se templó el carácter de sus hijos.
Después de noventa años de lucha, en la aurora del lunes 27 de noviembre, doña Hildita dispuso recoger sus sueños y cerrar sus ojos para emprender el viaje hacia la eternidad. El espacio sideral es el hogar de las almas grandes, como la suya.
Sin duda doña Hildita Cabrera fue una persona notable en nuestra historia por su don de gentes y por su espiritu bondadoso.
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