Como fuego de Andrómeda corría
por su voz, bellaca y vil, una
víbora.
Otrora besaba el dorso de mi mano.
Ahora la muerde, y en cada
mordisco
mi mano se acrisola
porque está hecha de amor y el
amor
puro y duro no se oxida ni se
deja permear
en los confines de la inquina.
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