Imagen de Google
Padre
Freud, vengo ante el diván de tu presencia
a
develar los latidos de mi angustia. Tengo una
noche
eterna enredada en lo profundo de mi alma.
Quiero
escuchar tu voz, Padre Freud.
Quiero
que me digas que la infancia robada
fue
solo una broma de mal gusto. Quiero
saber
si la callosa soledad que orada la piel
de mi nostalgia
es
el rosario de plegarias no cumplidas.
Oh,
Padre Freud, dime con cuántos días grises
se
inundan los caminos de mi vida. Dame respuestas
a
las causas de mis penas. Navega en lo profundo
de
mis llantos, y dime que no estoy loco cuando
quiero
conquistar la primavera.
Dime,
Padre Freud, que son sólo pasajeras
las
espinas que han cercado mis caminos. Quiero
renacer
en la flor que presume su hermosura,
o
en el agitado colibrí que surca el viento.
Te
confieso, Padre Freud, que nunca he consultado
psicólogo,
ni psiquiatra, ni sacerdote,
ni
pastor, ni brujo, ni chamán. Esta es la vez primera
que
me atrevo a caminar por los senderos escondidos
de
dolores viejos, buscando respuestas nuevas
a
mis viejas preguntas, queriendo
remontar,
una
por una, las malezas que se oponen a mis pasos.
Un
reguero de recuerdos ya olvidados
se
abren paso por las grietas oxidadas de la
existencia
mía.
Oh,
Padre Freud, te has dormido en tu diván
sin
caminar apenas esta senda. Una voz inconsciente
se
atraganta en los caminos de la infancia,
mientras,
sueñas Padre Freud que me conoces,
y de
mí, no sabes nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario