Calló
la noche. Una voz anónima perturbó la cruz del cementerio.
Los
últimos harapos de la tarde tejieron en mi alma el unísono
eco
de las tinieblas.
Tristeza.
Hambre de alegría.
Solitaria
deidad de la esperanza.
El día parte con su luna de
astros escondidos.
La
luna, aún su enmudecida testa se resiste a presumirle a mi nostalgia.
Un
rosario de silencios
recorre las dolidas venas de mi cuerpo.
En
el portal de la muerte, un ejército de estrellas participa
en
la danza sepulcral de fantasmas y de sombras.
La sonrisa de otros tiempos bebe cálices
amargos.
Y
los cálices amargos retornan, resucitan
y
se levantan,
y
se levantan,
y se levantan,
hasta preñarse de vida.
Monterrey, NL, México 1 de
noviembre de 2018
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