Por detrás y delante de estas modas, estuvo y estará la lógica del consumo.
Recuerdo que, durante el conflicto armado guatemalteco, especialmente en las décadas de los 70 y 80, ser de izquierda exigía una indumentaria especial. Usar pelo largo (preferiblemente sin bañarse), caites de cuero, barba crecida y un morral enganchado en el hombro eran signos distintivos de que se estaba en contra del imperialismo yanqui. Los lugares de concentración de la muchachada eran las cantinas de mala muerte porque allí se concentraba el proletariado y había que ser consecuentes con este.
Las muchachas, aunque con menos atavismos que los hombres, añoraban pertenecer a una clase social que, sin saberlo, estaba siendo presa del consumo. Música de protesta, poesía panfletaria, teatro experimental, artesanías de los pueblos originarios de América, eran, entre otros, los artículos que más consumía esta clase social emergente, y al mismo tiempo, divergente del statu quo.
Por supuesto que, en aquellos círculos intelectuales en los que nunca podría faltar la presencia de Baco, ni las notas reivindicativas de una buena trova, se dirimían diferencias ideológicas de corte socialista. Unos presumían de ser leninistas, otros, marxistas, algunos estalinistas, trotskistas, maoístas; otros adoraban a Castro y al Che hasta el paroxismo. Compañeros, decía una voz medio borracha, este divisionismo lo aprovecha el enemigo para debilitarnos. La unidad y lucha de contrarios…
Eran los tiempos de Violeta Parra, Víctor Jara, Mercedes Sosa, Pablo Milanés, a quienes los jóvenes seguían a voz en cuello. El dolor se convertía en romántica canción de victoria; por aquellos que se fueron y por los que vendrán después.
Mientras tanto, en el escenario de los miembros orgánicos de la revolución, los comandantes daban instrucciones precisas de no involucrarse en estas prácticas “riesgosas”. La estrategia del orgánico era precisamente actuar como cualquier ciudadano común y corriente para no despertar sospechas. Apartarse de las “desviaciones”, tales como el consumo de alcohol, drogas y parrandas era casi una exigencia para los miembros orgánicos. La patria merece el sacrificio compañero, se remarcaba.
En la otra cara de la moneda, una fuerza de juventud desbordaba las discotecas de moda, los restaurantes, los lugares públicos de expendio de licor, adoraban la música rock, la cumbia, la salsa, querían conocer a Micky Mouse, vestían ropa americana porque eso les daba “clase”. Los restaurantes de comida rápida y los primeros “moles” comenzaron a ser sitios visitados con sumo entusiasmo por quienes se sentían clase aparte.
Y pensar que, por detrás y por delante de estas modas, estuvo y estará siempre la lógica del consumo, la única ideología que de verdad penetra todas las capas sociales y hace ver estrellas allí donde solo abundan los guijarros. Ayer, un joven guatemalteco residente en los Ángeles lucía radiante y orgulloso sus nuevos lentes Ray Ban.
Me gusta, està bien escrito y tiene profundas remembranzas.
ResponderEliminarSomos víctimas del consumo. No importa la ideología. El ser humano es su propia víctima del consumo, el cliché y todo lo que crea. Buen artículo.
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