Carlos Interiano
Discurso pronunciado el 19 de noviembre de 2020.
Comenzaré indicando que la sociedad del
conocimiento es la concentración de saberes mediante la tecnología en grupos
especializados que sustentan el dominio de todo el andamiaje tecnológico que
constituye la producción de conocimiento mediados por las TIC.
La sociedad del aprendizaje, por su parte, es el
proceso de adopción de las TIC por parte de los estudiantes, profesores e
investigadores para producir conocimiento.
En estos dos conceptos radica la gran diferencia de ambos tipos de sociedad que estamos viviendo.
Este conocimiento y aprendizaje abarca por
supuesto todos los campos de interacción humana: la ciencia, la tecnología, la
cultura y las humanidades. Aquí radica otra gran diferencia con la sociedad del
conocimiento: no debe enfocarse solo a producir el talento humano para
satisfacer la demanda del mercado sino para formar ciudadanía integral en la
cual las humanidades ocupan un espacio fundamental.
La sociedad del conocimiento forma tecnócrtas;
la sociedad del aprendizaje forma seres humanos capaces de pensar y repensar su
entorno con todos sus elementos.
La sociedad del aprendizaje nos remite
necesariamente al viejo problema del carácter democrático de la universidad en
donde todos los ciudadanos tengan la oportunidad de acceder a la educación
superior y, salvo las limitaciones individuales, puedan obtener las credenciales
necesarias para ejercer profesionalmente.
Las reflexiones expuestas por el doctor Olmedo España
Calderón nos convocan a pensar seriamente sobre el perfil virtual del ciudadano
del siglo XXI, un perfil que comenzó a construirse desde la segunda mitad del
siglo XX con la publicación de la Teoría Matemática de la Información,
más conocida como Informática, la cual constituye el artesonado teórico
sobre el que descansa el mundo virtual de hoy. A decir verdad, la Informática
es el resultado del esfuerzo intelectual de muchos pensadores desde los
antiguos chinos, pasando por Boole y retomados por Shannon, Weaber y Wiener
quienes le dieron forma a este nuevo modelo.
Es un hecho que hemos dejado atrás el mundo analógico que rigió toda la cultura humana hasta finales del siglo pasado y estamos inmersos en el mundo digital y la gran red informativa que constituye la virtualidad. Y es, al mismo tiempo, una realidad a la que no pueden escapar los centros de educación y entre ellos, las universidades como centros de investigación de alto nivel, como deben serlo.
Nos movemos en las aguas internacionales de la
globalización y la mundialización de la ciencia, la tecnología, la economía y
la cultura en general. Y nadie puede escapar a esta dinámica que, tarde o
temprano nos avasallará si no estamos preparados para ello. Esto requiere, por
supuesto, pensar y diseñar nuevas competencias genéricas que permitan preparar
el terreno para insertar las competencias específicas de cada profesión, de
cada especialidad.
El doctor España aborda con indiscutible
claridad estas competencias. Pero también nos advierte sobre el peligro latente
que el mercado global puede erosionar el carácter humanístico de la educación,
al tiempo que aconseja que es necesario "matizar creativamente los modelos
universitarios que se imponen desde una mirada estandarizada" y
dimensionar inteligentemente los parámetros de calidad educativa que marcan las
instituciones internacionales sin tomar en cuenta los contextos y realidades
locales de las universidades latinoamericanas.
Es ante estas nuevas realidades que debe
enfrentarse el colectivo estudiantil, el colectivo docente e investigador y el
sector que administra y dirige la educación superior. Son realidades que no
vivieron los hombres y mujeres de pasados siglos. Es la suma complejidad social
actual que plantea los nuevos retos de la Sociedad del Aprendizaje y cuyo ejemplo
más claro lo estamos viviendo en los meses de pandemia de la Covid19.
El doctor España también hace una parada obligada
para referirse al fenómeno de la globalización y su impacto en la educación
superior, como expresión del neoliberalismo que, a decir verdad, sienta sus
primeros reales en los programas de ajuste estructural que los organismos
financieros internacionales, el Banco de Desarrollo Internacional, el Banco
Mundial y el Fondo Monetario Internacional impusieron a los países en vías de
desarrollo, como requisito para abrirles sus ventanillas de endeudamiento público.
Nadie puede negar que aquellas acciones de terror financiero sentaron las bases
del modelo neoliberal, con una cauda de grandes rezagos en lo económico, lo
político, lo educativo, la salubridad e infraestructura. No por gusto se les
llamó a los años ochenta "la década perdida".
En los años noventa aquellas medidas de ajuste estructural se concretizaron en la privatización de los bienes del estado, tal el caso de la energía eléctrica y la venta de las telecomunicaciones, además de las frecuencias radiales del país.
Frente a este estado de cosas, y pese a que
organismos como la Unesco consideran a la educación como un bien público, persiste
la incertidumbre sobre la efectividad del nuevo modelo que propone Joaquín
Brünner (citado por España) el "glanocal", es decir, una especie de
fusión entre lo global, lo nacional y lo local. Lo más seguro es que a la
larga, el tiburón terminará comiéndose a las sardinas para usar una reflexión
del gran pensador y estadista doctor Juan José Arévalo Bermejo.
Y no es pecar de pesimistas; es que conocemos
los enormes colmillos de la globalización cuyo poder no se asienta por cierto
en los países sino en las manos de las grandes compañías transnacionales que,
incluso, condicionan los enormes capitales financieros que circulan a lo largo
y ancho del planeta, estimulados por obra y gracia de las tecnologías de la
información y la comunicación y su gran plataforma mediática: la internet.
Esta es también una preocupación que compartimos
ampliamente con el doctor Olmedo España, quien a su vez recoge el pensamiento
meridiano de Zigmunt Bauman respecto al avasallador efecto de lo global sobre
lo local. Y este es, por cierto, uno de los grandes desafíos de la educación
superior de evitar convertirse en bandeja de plata para la globalización,
reduciendo sus programas de formación profesionales a meros centros de
capacitación para insertarse en el mercado laboral como mano de obra
calificada. Por lo contrario, las universidades deben ser los motores de
desarrollo en todos los órdenes de la vida, estimulando el pensamiento crítico
y el pensamiento complejo, como lo llama Edgar Morin.
Por supuesto, no se trata de satanizar a las
TIC, las cuales, en sí mismas, no son ni buenas ni malas. Dependen más bien del
qué, el por qué y el para qué se utilizan. En el contexto de los países del
tercer mundo debemos ser conscientes que estas cumplen un papel de mayor
democratización de la educación superior, si para ello se aplican las
estrategias adecuadas en cuanto a lo financiero, lo metodológico y lo
logístico. Está probado que los modelos de educación a distancia con mediación
virtual abarcan a más cantidad de personas, con costos muy inferiores a los
modelos presenciales. Sin embargo, deben ser técnicamente diseñados y
adecuadamente administrados para que resulten efectivos.
Es estimulante la acuciosidad del doctor España,
citando autores que se ocupan de estas reflexiones y quienes enfatizan que la
universidad actual no debe eludir el debate sobre el modelo de educación
virtual como una salida viable a la creciente demanda de educación superior. Y
de nuevo el autor de este libro enfatiza que las universidades no son solo una
fábrica de mano de obra calificada desde una concepción mercantilista, sino un
centro donde se forman tanques de pensamiento que provoquen cambios significativos
en el desarrollo de los países, sin caer por supuesto, en el desarrollismo sin
brújula ni derrotero.
El doctor España tiene mucha razón cuando afirma
que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación contribuyen a la
profundización del pensamiento complejo para seguir la línea de pensamiento de
Edgar Morin. Esta reflexión de España la puso en práctica cuando en el 2018 me
encomendara la tarea de diseñar la política de Educación a Distancia en
Entornos Virtuales y le dio seguimiento hasta presentar la propuesta al
honorable Consejo Superior Universitario de la Usac, quien, en una forma
responsable, la aprobó en su totalidad, gracias también al decidido respaldo del
señor rector Murphy Paiz. Quién iba a pensar que solo dos años después el Alma
Mater necesitaría ese alero académico para dar legitimidad a todos sus
programas académicos. Justo es reconocer que en aquel esfuerzo académico fui
acompañado por mis compañeros Pablo Dávila y Matheus Kar, quienes le
imprimieron su fresca visión de jóvenes nacidos en la era de la virtualidad.
La visión del doctor España es congruente también
con el pensamiento de vanguardia en el aspecto tecnológico del doctor Sergio
Morataya, quien en su momento me confió la responsabilidad de diseñar el campus
virtual de la Escuela de Ciencias de la Comunicación y que constituyó la punta
de lanza de las primeras experiencias virtuales sistematizadas en las unidades
académicas del campus central. Hoy tenemos la grata compañía del doctor
Morataya, comentando el valioso aporte académico del doctor Olmedo España.
Considero que las acciones del doctor España, desarrolladas
en la práctica como Director General de Docencia le dan la suficiente solvencia
moral y legitiman esta línea de pensamiento que sustentan el libro que nos ha
convocado.
Aprovecho para felicitar a mi amigo doctor
Olmedo España por este nuevo fruto de sus inquietudes académicas y al señor
rector y actual Director General de Docencia, doctor Alberto García, por el
decidido respaldo y entusiasmo con que han recibido este libro.
Muchas gracias.
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