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El ser humano siempre ha necesitado de mecanismos de reconocimiento que
eleven su autoestima.
Javier revisaba cada hora su feis para ver cuántos likes tenía en su nuevo mensaje publicado. Minuciosamente contaba cuántas manitas, corazones, caritas de asombro, tristes, enojadas, había en sus respuestas. También le interesaban mucho los comentarios, sobre todo aquellos que reforzaban su punto de vista. Cuando recibía pocas respuestas o ninguna, era presa de un desasosiego emocional que se transformaba en tristeza profunda. Sobre todo, si sus amigos no estaban en ese listado. La amistad se valora a través de los mensajes que recibes, decía; y tu importancia, también.
La anterior es una historia real. Pero no es la única. Estos casos de dependencia excesiva a la opinión de los demás sobre los mensajes que subimos a las redes sociales constituyen hoy día un fenómeno de reconocimiento personal que no existía con esta intensidad antes de Internet y, sobre todo, antes de que surgieran las redes sociales. Por supuesto, el ser humano siempre ha necesitado de mecanismos de reconocimiento que eleven su autoestima. Estos artilugios pueden ser premios, menciones honoríficas, cartas personales y todos aquellos recursos que contribuyen a fortalecer el trabajo intelectual o físico que realizamos.
En el caso de Facebook, sin embargo, se ha desarrollado una especie de patología virtual que se evidencia en un constante monitoreo a los mensajes subidos, especialmente cuando se trata de asuntos que tienen un interés específico por parte de los emisores, invirtiendo en este esfuerzo grandes cantidades de tiempo. Resulta frustrante que un mensaje subido al feis no obtenga la cantidad de likes esperados, o bien, que no cuente con comentarios a favor. A veces, cuando un comentario es contrario a la opinión del autor, puede llegarse al extremo de eliminar al remitente de la lista de amigos aceptados. En otras palabras, si apoyas mi opinión, te lo agradezco, si opinas lo contrario, te elimino. De ahí que algunas personas terminan por aceptar públicamente los argumentos del autor del mensaje, aunque sean ideas disparatadas. La espiral del silencio en su esplendor.
Otro fenómeno concomitante a los mensajes en redes sociales es la marcada preferencia de los usuarios a acuerpar, mediante el uso de emoticones o mensajes banales, aquellas “ocurrencias” compartidas por cientos de miles de internautas. Todo esto puede resumirse en un concepto que llamaríamos cultura de la miseria, una versión distorsionada de la cultura virtual, debido a lo superficial y chusco de los mensajes compartidos. Frases emotivas como “hoy amanecí triste”, “mi perro es un vago”, son solo dos ejemplos del contenido intrascendente de estas, pero son las que más likes consiguen.
Por el contrario, aquellos mensajes cuyo contenido es serio, reflexivo, gramaticalmente correcto, obtienen escasos seguidores. Por algo se ha señalado al Facebook y otras redes sociales como el nuevo narcótico, un adormecedor de conciencias, acrítico, seguidor pasivo de corrientes de opinión sin fundamento. A propósito, ¿usted ya le dio like a esta columna?
bien
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