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En las redes
sociales, cada segundo está corriendo frente a nuestros ojos decenas de
mensajes, imposibles de digerir.
En esta era de la información estamos expuestos a un cúmulo de datos que difícilmente podemos manejar. La Big Data recoge todo cuanto ingresa a la red a través de múltiples mensajes. Además de la virtualidad, están los medios de información tradicionales: la radio, la prensa y la televisión, y otras formas de comunicación por medio de vallas, mupets, afiches y otros entornos visuales.
Hace solo cincuenta años, el ser humano no estaba bombardeado por tantos mensajes. Había otras maneras más relajadas de consumir información: el cine, el teatro, las tertulias en café, bares, los coloquios académicos, las conversaciones en el comedor. La televisión aún era en blanco y negro, y era centro de unión familiar. También se daban las conversaciones en las esquinas, los chismes en las tiendas de barrio. En fin, era un intercambio mesurado del acontecer, generalmente local. Las noticias nacionales e internacionales llegaban con algún tiempo de retraso. La gente tenía suficiente tiempo para procesar la información que recibía.
Hoy día, desde que nace, un niño está sujeto al bombardeo informativo, generalmente con estrategias que van dirigidas a perfilar su personalidad para el consumo, que, a la larga, conformarán sus hábitos futuros.
Nos hemos convertido en esclavos de la información mundial. En las redes sociales, cada segundo están corriendo frente a nuestros ojos decenas de mensajes, imposibles de digerir.
Cuando ingerimos alimentos que no pueden ser procesados por nuestro cuerpo o están descompuestos, causan intoxicación. Lo mismo sucede con aquella cuantiosa cantidad de datos que nuestro cerebro recibe, pero no puede digerir sanamente. En este caso se le llama infoxicación. También se le conoce como infobesidad.
La mayor parte de estos datos que ingresan a nuestro cerebro lo hacen por medio de la vista y el oído, canales efectivos de la era de la imagen. Los niños y adolescentes de hoy son totalmente audiovisuales, y muchos de ellos se desenvuelven cotidianamente en un mundo digital y de realidad virtual. En Guatemala hay más teléfonos que personas, y casi todos con acceso a Internet.
La virtualidad expone a los niños y adolescentes a un sinnúmero de datos que les llegan a través del ciberespacio y que ingresan en su cerebro a velocidades vertiginosas, tanto a nivel consciente como inconsciente. En este último se almacenan los datos que conforman el reservorio informativo que, tarde o temprano, habrá de dirigir sus actos. El problema es que muchos de estos datos, revestidos de llamativos envoltorios de diseño, sonido e imagen, pueden encerrar contenidos manipulantes de su conducta. Por supuesto, también el cerebro tiene mecanismos para desechar o, por lo menos, reprimir aquella información reiterativa, avasallante, mediante el proceso de evitación defensiva. ¿Usted ya se puso a dieta para evitar la infoxicación? Evite caer en la infobesidad, apagando sus dispositivos electrónicos algunas horas al día, y converse con su familia y amigos. Es más sano.