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Patrones
culturales devenidos de un modelo político cuya hegemonía se ha centrado en una
carrera armamentista.
En CNN, medio de comunicación norteamericano, se difundió la noticia de que en los Estados Unidos existen 270 millones de armas en manos de la ciudadanía. Esta noticia se difunde en el contexto de la masacre en una iglesia de Texas, el pasado domingo 5 de noviembre.
Esta noticia pone de manifiesto dos problemas que merecen un estudio profundo. Por un lado, la excesiva obsesión de la ciudadanía norteamericana por poseer armas, las cuales las venden, por cierto, como vender chicles en las esquinas. Si consideramos que la población total de ese país es aproximadamente de 320 millones, es fácil suponer que cada persona adulta tiene por lo menos un arma. Por otro lado, el crecimiento de patologías mentales relacionadas con los altos niveles de deterioro psíquico de los jóvenes y, en muchos casos, de personas que sobrepasan los cuarenta años.
El presidente Donald Trump declaró respecto a este hecho de violencia, que no se debe a la posesión de armas, sino a problemas mentales del atacante. ¿A qué se debe este proceso de descomposición psíquica y social de los ciudadanos? Las causas son múltiples. Aquí algunas de ellas: los patrones de crianza de los hijos están regidos por una libertad excesiva, al extremo que no es permitido ni siquiera el regaño; esto trae como consecuencia, un malentendido proceso de formación de valores, proclives a la inobservancia de normas éticas y de convivencia social. Todos sabemos que un clima de libertinaje no puede sino producir descomposición social.
También es importante señalar el deterioro del tejido familiar. Ambos padres trabajan extenuantes jornadas en una sociedad cuyo criterio de felicidad se basa solo en el espejismo que produce la posesión de bienes materiales, deja desprotegidos a los hijos de la seguridad emocional y espiritual que se requiere para que ellos crezcan en un clima de estabilidad psicológica y social. Ver a los hijos como meros objetos decorativos del hogar producirá, a futuro, seres insensibles y carentes de capacidad para apreciar y valorar la vida. Y como reza el refrán popular, árbol que crece torcido, nunca su rama endereza.
Hay, por otro lado, patrones culturales devenidos de un modelo político, cuya hegemonía se ha centrado en una carrera armamentista. A falta de cubrir el mercado externo por el cese de la guerra fría, los fabricantes de armas han puesto los ojos en comercializar sus objetos de muerte en el mercado interno. Con un buen nivel de éxito han logrado que se mantenga la pretendida libertad de portación de armas como mecanismo disuasivo de violencia, sin imaginar que están cavando su propia tumba.
En fin, allá ellos. Nosotros, en Guatemala, ejerzamos un efectivo control de tenencia de armas, cuya facultad de poseerlas debe ser exclusivamente de las fuerzas policiales. Suficiente se sufrió ya con los 36 años del conflicto armado y los años sucesivos.
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