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Él, colocado
en la bifurcación de los caminos que separan la cobardía de la inmortalidad,
decidió por lo segundo.
Dos semanas antes del 20 de octubre de 1978, Oliverio Castañeda de León había llegado a la Escuela de Ciencias de la Comunicación para conversar con nosotros, miembros del comité ejecutivo de la Asociación de Estudiantes de la ECC. Lo recibimos en uno de los salones de clase y charlamos por un largo rato. Su característica sonrisa y modales de caballero se manifestaron durante el encuentro. Ambos pertenecíamos al grupo estudiantil FRENTE, y, por lo tanto, había un cordón umbilical que nos unía.
El 19 de octubre de aquel fatídico año, se había montado un entramado de comunicación para apercibirnos de no participar en la marcha del 20 de octubre. A mí me llamó una voz anónima. No asistí a la marcha, no obstante, que le había prometido a Oliverio que lo haría.
Oliverio, junto a otros compañeros dirigentes había sido amenazado de muerte por el Ejército Secreto Anticomunista –ESA–. Sin embargo, él, colocado en la bifurcación de los caminos que separan la cobardía de la inmortalidad, decidió por lo segundo. Sus escasos 23 años fueron la espoleta que detonó aquella decisión. Pasado el mediodía, se dejó escuchar su vibrante discurso como el último de los oradores.
Minutos después, el joven revolucionario se convirtió en una esperanza rota para nuestro país, aunque la memoria colectiva ganó un héroe más que se coloca en el pináculo de la inmortalidad junto a los grandes: Alberto Fuentes, Adolfo Mijangos, Mario López Larrave, Manuel Colom y otra pléyade de combatientes por la democracia.
La noticia de la muerte de Oliverio se propagó como reguero de pólvora por todo el sector estudiantil, sectores populares y sindicales, y, por supuesto, en todo el contexto universitario. Las órdenes de los verdugos de la patria, había sido cumplida. Las balas asesinas dieron muerte a un cuerpo para dar vida a un héroe: “Oliverio no está aquí, Oliverio dónde está. Oliverio está en las calles, reclamando libertad”. Esta fue una de las frases que se convirtieron en estrategias de agitación en los años sucesivos.
Aquella tarde del 20 de octubre, afectado por la noticia, escribí este poema que publicaría en hojas mimeografiadas con el pseudónimo de Mauricio Ibarra Ximénez: Era apenas/ un bellón/en el jardín de la esperanza/¡Y lo cortaron de tajo!/Era un camino recto/en cuya senda se esparcían/ vientos de libertad/¡Mientras haya pueblo/habrá revolución!/Era el eco de la historia/persiguiendo las huellas/de la vida/y traspasó los umbrales de la muerte/ para construir la vida/Era la síntesis de la esperanza/Los elegidos por la historia/de los pueblos/nunca mueren/ ¡Oliverio hecho presente!/¡Oliverio hecho futuro!
Han transcurrido 39 años de aquel abominable acto terrorista, y aún la voz de aquel joven dirigente resuena en nuestros tímpanos. Las jóvenes generaciones tienen el deber de dar continuidad a su proyecto de justicia social; y los viejos de hoy, la ineludible tarea de invocar su nombre, allí donde haya injusticia y se requiera un grito de libertad.
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