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En mi mente quedó grabada aquella imagen del caballero que sabía cumplir su palabra.
Era una tarde del mes de abril de 1975. Nos encontrábamos en la Escuela Centroamericana de Periodismo –ECAP–. De pronto, mi compañero Serapio Donis se me acercó y me dijo: “A aquel señor que viene allá no hay que hablarle porque dicen que es de derecha”. Al tiempo que decía esto los dos dirigimos la mirada hacia el personaje. Él advirtió nuestra conversación y amablemente se nos acercó a saludarnos. Buenas tardes, caballeros, mi nombre es Julio Santos. Soy profesor de la ECAP.
Un frío inusitado recorrió mi cuerpo, y advirtiendo mi turbación, preguntó mi nombre. Carlos Interiano, le respondí, un poco tímido. Yo soy Serapio Donis, se adelantó a decirle mi compañero. Mucho gusto, nos respondió.
Al finalizar la jornada nos dijo: “Los invito a un café”. En el transcurso de la charla le hice aquella pregunta impertinente: ¿Qué significa ser de derecha? Él soltó una carcajada y con aquel humor un poco negro que en adelante descubriría, me dijo: “Habría que preguntarles a los muchachos que me han puesto ese adjetivo solo porque tengo un Mercedes”.
Los encuentros con el licenciado Santos fueron múltiples. Entablamos una buena amistad. Aquel hombre a quien el movimiento de transformación de la antigua ECAP señalara de reaccionario, resultó ser, a mi juicio, todo un caballero, respetuoso y excelente profesional.
Son muchas sus lecciones de vida que recibí. Una vez llegué a la USAC, y al verme, me dijo: “¿Qué tiene?” Problemas, le respondí. Me contestó: “si sus problemas tienen solución, arréglelos, si no la tienen, olvídese de ellos”. Le voy a contar un chiste, agregó. Y con aquel fino humor, me soltó un relato que, de verdad, me hizo revalorar la vida.
Dirigió la Escuela en un período muy difícil para la USAC (1981-1984). Se vivía una crisis política. El movimiento estudiantil estaba en pie de guerra contra el director. En el 83 se habían creado las carreras de Publicidad, Locución y Fotografía y eso había causado malestar. Esto provocó que él ya no participara como candidato a director, y, en consecuencia, convenimos en que yo lo haría.
Recuerdo que, recién había tomado posesión como director, cuando lo visité en su despacho, y después de saludarlo, le indiqué que quería dar clases en la ECC. “Primero, gradúese”, me respondió. Lo sentí un poco cortante y le contesté: “Hay docentes que no son graduados”. Él me increpó: “Si le doy clases sin haberse graduado, no lo hará nunca”. ¿Quiere eso? Entendí la lección. En julio de aquel viernes de 1981 me había graduado.
En ese momento, se levantó y se dirigió a doña Lucky Mayén, indicándole: “Madame, vamos a hacerle un contrato al licenciado Interiano”. El lunes siguiente comencé mi labor docente en mi querida Escuela de Ciencias de la Comunicación. En mi mente quedó grabada aquella imagen del caballero que sabía cumplir su palabra.
Gracias licenciado Santos, buen viaje a la eternidad.
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